El PCB: Francisco Bergoglio, bendición de los gais y Concilio Vaticano II

5 months ago
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Jorge Bergoglio se ha rebelado públicamente contra Dios y contra la Iglesia. Detenta el máximo poder y gobierna la Iglesia manteniéndola bajo el terror. Actúa convincentemente como representante de Jesucristo, aunque se entregó públicamente a Satanás en Canadá. Anula las leyes de Dios, y el pecado de la sodomía —que es uno de los pecados que claman al cielo y la Sagrada Escritura lo llama «abominación» y advierte de él mencionando fuego temporal (2 Pe 2, 6) y eterno (Judas 7)— él ni siquiera considera un mal. Además, promueve algo que nunca en la historia ha sido aceptado —ni tan siquiera en las naciones paganas o pueblos caníbales— a saber, que una convivencia pecaminosa de dos sodomitas se considere un matrimonio y que se roben los niños para ellos con el fin de la llamada adopción. El colmo del descaro y rebelión de Bergoglio contra Dios, las leyes de Dios y la moral natural es que santifica este crimen por la falsa legalización eclesiástica. Bajo la amenaza de deponer a los obispos y acabar con los pastores verdaderos y fieles, promoverá este crimen horripilante como un requisito previo para la existencia de una especie de nueva anti-Iglesia. No habrá lugar para un obispo ortodoxo ni para un sacerdote ortodoxo ni para un creyente ortodoxo. Esta transición a la Nueva Era, a la sinagoga de Satanás, cuyo jefe, Jorge Bergoglio, se había entregado a Satanás antes, ya se ha puesto en marcha inadvertidamente. Bergoglio lo hace todo de manera astuta, insidiosa y paulatina.
Sin embargo, la peor tragedia es que estos crímenes son aceptados por los obispos, sacerdotes y creyentes católicos. ¡Son incapaces de moverse y hacer frente a este intruso y asesino espiritual! ¡Esta es la tragedia más grande! Dios permitió que a través de esta persona se revelara el verdadero estado de podredumbre espiritual, que había estado progresando desde el Concilio Vaticano II. El Concilio preparó el camino hacia una situación actual dentro de la Iglesia.
Por lo tanto, para hacer una verdadera penitencia ante Dios, debemos tener claras las verdades fundamentales de la fe, que son una condición para nuestra salvación, y que no pueden ser relativizadas ni cuestionadas. Debemos remontarnos a los tiempos en que comenzó el envenenamiento espiritual de la Iglesia. Ese envenenamiento llamado modernismo se produjo a finales del siglo XIX y principios del XX. Dios instauró en el papado al santo papa Pío X, que adoptó una postura radical contra el modernismo. Hasta la mitad de los profesores y la mitad de los estudiantes de los seminarios tuvieron que ser expulsados. Pero el santo en el trono papal logró detener la infección. El despertar espiritual se produjo gracias a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Se introdujo la práctica de los primeros viernes, los primeros sábados de Fátima y otros elementos pastorales, que conducían al verdadero arrepentimiento y a la verdadera vida interior con Dios. Al mismo tiempo se iba difundiendo la devoción a Cristo Rey. En México, incluso los niños morían como mártires. Antes de morir, clamaban: «¡Viva Cristo Rey!».
El profesor de historia Angelo Roncalli, al que más tarde los masones lo elevaron al trono papal bajo el nombre de Juan XXIII, escapó al castigo por el modernismo. Convocó un concilio y nombró a los criptomodernistas sus moderadores. Pablo VI continuó con su programa y aprobó este concilio erróneo. Se trataba del abuso de la autoridad suprema. Ambos papas fueron excomulgados póstumamente por abrir paso a las herejías y al espíritu del mundo, cuyos frutos estamos cosechando hoy. Hoy en día Bergoglio lleva a efecto la consigna del Concilio: aggiornamento con el mundo dando luz verde a la bendición de una convivencia pecaminosa de sodomitas.
El Concilio también promulgó la declaración Nostra aetate sobre el respeto a otras religiones, es decir, a los cultos paganos y sus demonios.
En cuanto al llamado «san» Juan Pablo II, en 1986 convocó a representantes de diversos cultos paganos, que adoran a Satanás, a Asís, donde rezó con ellos. Este gesto apóstata deformó completamente la opinión pública en la Iglesia, produciendo la creencia como si el camino de salvación, relacionado con el sacrificio redentor de Cristo, fuera equivalente a cultos paganos, que adoran a los demonios. De hecho, se puso fin a la misión. Se empezó a llamarla despectivamente «proselitismo» y un «delito» de supuesta «inculturación». Por otro lado, se despejó el camino para la antimisión del hinduismo y del budismo a través del yoga, las artes marciales, la meditación oriental, las prácticas relacionadas con el yin y el yang, los horóscopos chinos, el feng shui, la acupuntura y la fascinación por la pseudoespiritualidad oriental. Todo esto ha infectado el pensamiento de los católicos. No era posible oponerse a ello, porque sería una rebelión contra el Concilio Vaticano II, contra el papa y contra el respeto a las otras religiones. Este es un crimen del Concilio Vaticano II.
Además, no estaba permitido señalar el verdadero núcleo del paganismo ni calificar de pecado contra el primer mandamiento las prácticas paganas vinculadas a la superstición, al esoterismo, al ocultismo, diversas formas de magia y adivinación, así como a la homeopatía, que también tiene sus raíces en la magia y la adivinación. A los monasterios se les ha infestado de meditaciones y prácticas orientales, que han desplazado a la espiritualidad cristiana verdadera. Cualquier apologista que advirtiera del peligro habría sido inmediatamente despedido por la autoridad eclesiástica. Este cambio de pensamiento se produjo después del Concilio Vaticano II. La apología fue destruida al igual que la verdadera misión.
Bergoglio dio cima a la apostasía del Vaticano II junto con las brujas y los brujos amazónicos en los Jardines del Vaticano. Posteriormente entronizó al demonio Pachamama en la basílica principal de la Iglesia. El colmo fue su entrega a Satanás en Canadá.
En lugar de emplear un lenguaje teológico con definiciones claras, el Concilio Vaticano II introdujo expresiones ambiguas dando así vía libre al espíritu de herejía. Bergoglio corona de manera ejemplar este jugoso lenguaje religioso. La verdad queda relativizada, de modo que ya no se discierne entre el bien y el mal.
Una vez terminado el Concilio se abrió la puerta al método histórico-crítico en teología en todas las universidades. A los profesores católicos ortodoxos se les tachaba de conservadores, fundamentalistas, enemigos de la Iglesia y del progreso, y eran despedidos. El mantra de Nostra aetate y Secundum Vaticanum seguía repitiéndose en todas las disciplinas teológicas.
En términos de liturgia, se reflejó en girar los altares cara al pueblo y al sacerdote de espaldas al centro, al tabernáculo. Fue un acto de sustituir el teocentrismo por el homocentrismo. La espiritualidad tradicional de la que habían vivido generaciones enteras durante casi dos milenios, se vio trastocada por el espíritu de aggiornamento.
Este es el fruto del Vaticano II, que ahora está madurando gracias al archihereje Jorge Bergoglio.
El ídolo del Vaticano II está profundamente arraigado en el clero y el episcopado actuales. Hasta el día de hoy no ha sido posible señalar ni los crímenes del Concilio Vaticano II ni el espíritu de apostasía, aunque éste es el responsable del actual estado de apostasía masiva de Jesucristo. Sin embargo, a menos que llamemos herético al Vaticano II, no se producirá renovación espiritual. Entendemos que muchos jerarcas sinceros, que buscan la renovación verdadera de la Iglesia, citan los documentos del Vaticano II para inculpar a Bergoglio de sus delitos espirituales. Sin embargo, debemos ser conscientes del doble filo de este método.
Si nos referimos al Concilio como autoridad, no podemos al mismo tiempo calificarlo de herético y, por lo tanto, cerramos la puerta a cualquier avivamiento espiritual. Hay que saber que los elementos de la ortodoxia fueron incluidos en documentos del Vaticano II para que los moderadores del Concilio los utilizaran como escudo y promovieran herejías ocultas. Incluso aquellos que tienen el mismo espíritu que Bergoglio se refieren al Concilio y a Juan Pablo II. Afirman ser los verdaderos intérpretes e implementadores del espíritu del Vaticano II. Hay una amarga verdad en esto. Es algo a tener en cuenta. El espíritu del Vaticano II abrió la puerta al modernismo y al sincretismo. Paralizó la verdadera apologética y la verdadera misión. Por otro lado, dio lugar al liberalismo y laxismo totales. Bergoglio lo completa todo con el satanismo y la apostasía pública de Cristo y Sus enseñanzas. Por tanto, el Concilio Vaticano II debe llamarse por su nombre: un concilio herético.
Para que se produzca un despertar espiritual, la Iglesia debe aceptar la realidad de que la canonización del llamado San Juan XXIII, del llamado San Pablo VI y del llamado San Juan Pablo II, decretadas por el heresiarca Bergoglio, son nulas e inválidas por dos razones. En primer lugar, todos los hechos y actos de un hereje carecen de fuerza y, en segundo lugar, las personas en cuestión cometieron un crimen contra la Iglesia al abrir el camino a una corriente herética. Estos papas estaban obligados a defender las verdades de la fe y la moral y a guardar el Espíritu de Dios. Era su deber luchar contra el espíritu de herejía y el espíritu del mundo. No cumplieron con su deber principal y por su culpa las metástasis se diseminaron por toda la Iglesia. Y, lo que es más, ellos apoyaban y bendecían las metástasis. Prepararon el terreno al herético método histórico-crítico en las universidades católicas y en las facultades de teología. Propugnaban la herética declaración Nostra aetate y el llamado diálogo interreligioso. De este modo, en efecto, infiltraban sistemáticamente el espíritu del paganismo en la Iglesia católica. Estos son crímenes de los cuales son responsables estos tres papas conciliares y posconciliares.
Hay muchas más razones por las que estos hombres en ningún caso pueden ser venerados por la Iglesia como héroes de la fe que defienden la Iglesia, luchan por la Iglesia y están dispuestos a arriesgar sus vidas por ella. Hicieron exactamente lo contrario, por lo que deben ser excomulgados póstumamente, tal como lo fue el papa Honorio I por guardar silencio ante la herejía del monotelismo.
La tragedia es que Benedicto XVI, aunque defensor de la ortodoxia, no resistió la presión psicológica bajo el lema «santo subito» y beatificó a Juan Pablo II. Al hacerlo, elevó al altar el crimen del acto de apostasía de Asís de 1986.
Arrepentirse es llamar verdad a la verdad, herejía a la herejía y hereje al hereje. Si los obispos y los sacerdotes siguen viviendo en una esquizofrenia espiritual, incapaces de llamar a las cosas por su nombre, se convertirán en víctimas y, en consecuencia, incluso en cómplices del entierro masivo de la Iglesia católica. En el futuro serán llamados sepultureros de la Iglesia, criminales y traidores a Cristo.
Hoy en día, cada obispo y cada sacerdote están obligados a ponerse de parte de nuestro Señor Jesucristo, tal como lo hicieron los mártires, especialmente en los tres primeros siglos. Estaban dispuestos a sacrificar sus vidas y a sufrir las torturas más crueles. ¡Que la sangre de los mártires circule por nuestras venas! ¡Que haya nuevos héroes de la fe que se levanten contra el mayor criminal y verdugo de la Iglesia católica, el pseudopapa Jorge Bergoglio! Se dejó consagrar provocativa y públicamente a Satanás.
Por lo tanto, desde el momento de su declaración acerca de la bendición de los sodomitas, ya no es posible mencionar en la misa la unión con este archihereje Francisco Bergoglio. Si algún sacerdote u obispo lo menciona, atrae sobre sí la maldición de Dios, la ceguera espiritual y la parálisis total, la incapacidad de defender la verdad y a Cristo. Está en una pendiente resbaladiza hacia la perdición eterna.
En cuanto a los fieles, deben advertir a su sacerdote que deje de mencionar el nombre del heresiarca en la santa misa. Si se niega, los fieles no deben asistir más a dicha misa. En tal caso, deber de santificar el domingo podrá cumplirse con oraciones, cantos y lectura de la Sagrada Escritura. Al no asistir a la misa celebrada en unión con el archihereje consagrado a Satanás, los fieles no solo no cometen pecado, sino que se protegen contra la maldición que cae a través de esta misa.
Estimados obispos, sacerdotes y creyentes, nos encontramos en un momento histórico en el que hace falta una palabra clara de orientación: ¡debemos permanecer fieles a Cristo! La condición de fidelidad a Cristo es renunciar a la sumisión a la persona que ocupa el papado y se ha entregado a Satanás. El Concilio Vaticano II debe llamarse por su nombre: un concilio herético.
¡Cristo vence! ¡Cristo reina! ¡Cristo impera!

+ Elías
Patriarca del Patriarcado católico bizantino

+ Metodio OSBMr + Timoteo OSBMr
obispos secretarios

18 de octubre de 2023

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