El PCB: La raíz espiritual del ego y el camino de la vida del hombre

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El hombre no tiene solo una dimensión material, que recibe de su padre y de su madre. El hombre es esencialmente un ser espiritual. Dios creó al hombre formándolo de materia, del polvo de la tierra, y sopló Su espíritu en él. El hombre llegó a ser un alma viviente, es decir, un ser mental y racional, a diferencia de los animales (cf. Gn 1-3).
El pecado original, un veneno espiritual, entró en el alma del hombre por la transgresión del mandamiento de Dios. El hombre se hizo culpable de la desobediencia a Dios, el Ser Supremo. Al mismo tiempo, se abrió a otro ser espiritual, el diablo.
La esencia del código genético del mal en el alma humana es alejarse de Dios y deificarse a sí mismo. Este egocentrismo, en su nivel más alto, es una identificación con el espíritu de la mentira y del mal, es decir, el diablo. La semilla del diablo es una parte intrínseca del ego humano. Es el llamado pecado original, o la raíz espiritual, o el germen del mal en nuestra alma. Del ego procede todo el mal que se ha cometido o se cometerá en la humanidad. El germen del mal en el hombre es un profundo misterio; trasciende el tiempo y no deja de existir con la muerte del individuo o de la humanidad. El llamado superyó, o el espíritu humano, está íntimamente conectado con el alma. Se mantiene como en la prisión del alma (psique), que está infectada por el veneno espiritual del pecado original y por un programa autodestructivo. Este veneno nubla la mente y la hace incapaz de reconocer la verdad, especialmente la verdad espiritual. La voluntad se inclina al mal.
El germen del mal en el alma, es decir, el pecado original, está programado para el suicidio espiritual gradual. Por el contrario, la meta dada por Dios para cada persona es la vida eterna en suprema felicidad. El espíritu humano anhela a Dios, fuente de la verdad y del amor eterno. Poco a poco, el código genético del mal ahoga la conciencia, es decir, la voz de Dios en el alma. Encubiertamente, a través de mentiras y autoengaños, persigue su objetivo: la emancipación o, en otras palabras, separación de Dios. El egocentrismo acarrea la muerte eterna, es decir, la separación de la Fuente de la verdad y la felicidad. Este estado de separación del espíritu humano de Dios es la esencia del sufrimiento eterno que llamamos infierno. El diablo es un espíritu maligno, es mentiroso y homicida (Jn 8, 44), enemigo del género humano. El pecado original, el germen del mal en nosotros, se manifiesta en el egocentrismo. Es la falta de voluntad o más bien la incapacidad de admitir la verdad. Cuando a una persona se le hace ver su error o un mal que ha causado, se siente ofendida, se venga, se enfada o incluso se enfurece. Sabe encubrir su culpa con algún bien, al menos un bien aparente, o echa la culpa a otro, incluso a Dios. La verdad humilla y deja convicto al hombre, por eso la odia. Pero la verdad nos hace libres de la esclavitud de las mentiras y diversas adicciones. Y confesar la verdad es también una condición para el perdón de los pecados. Por eso cada uno debe emprender el camino de la verdad partiendo de sí mismo. Podemos llamar a este proceso «cambio de pensamiento» o, en otras palabras, «metanoia» bíblica. El pensamiento del viejo hombre (v. Rm 6, 6) es egocéntrico; no busca la verdad, incluso si esta verdad conduce a la felicidad eterna.
La nueva forma de pensar se basa en la verdad divina, en el Evangelio (Mc 1, 15), que nos conecta verticalmente con Dios. La verdad de Dios se atañe en particular a nuestra existencia, nuestro propósito en la vida y el sentido de nuestra vida. Se concentra en nuestra redención y liberación, es decir, en la persona de nuestro Salvador. En lugar del egocentrismo, aceptamos el teocentrismo y el cristocentrismo. Dios, nuestro Padre y Creador, se convierte en el centro de nuestra vida y nosotros aceptamos la salvación donada por Él y el amor que hay en Su Hijo, Jesucristo. En hebreo, el nombre Yehoshua significa que Dios es mi Salvador. Jesucristo, el Hijo de Dios, recibió este nombre cuando vino en la plenitud de los tiempos para tomar sobre sí nuestra naturaleza. Él nos ha dado el programa de vida, que es Su Evangelio. Después de consumar Su obra de salvación muriendo en la cruz ignominiosa, Él nos dio Su Espíritu. A través del bautismo recibimos la vida de Dios. Hemos sido hechos hijos de Dios (Jn 1). Por el bautismo fuimos misteriosamente sumergidos en el momento de la muerte de Cristo, y por el bautismo también hemos sido hechos partícipes de Su nueva vida, la vida de Cristo resucitado. Experimentaremos esta plenitud de la resurrección solo más allá del tiempo, es decir, después de nuestra muerte física, al final de la historia humana en la segunda venida de Cristo. Entonces nuestros cuerpos no solo serán vivificados, sino también transformados a semejanza del cuerpo resucitado de Cristo. Por la intervención de la omnipotencia divina durante la resurrección de Cristo, las leyes físicas quedaron sujetas a las leyes espirituales superiores. Jesús resucitado pasó a través de la piedra del sepulcro así como a través de la puerta cerrada cuando se apareció a los apóstoles después de Su resurrección. También se apareció a más de 500 personas a la vez en Galilea.
Entramos en el ámbito de la fe. Hay una fe natural por la que creemos, por ejemplo, que la Tierra es redonda, que los osos polares viven en el Ártico, etc., es decir, creemos el testimonio de otras personas. Pero hay otro nivel de fe con la que aceptamos las realidades espirituales. Nos unimos a ellas con nuestro espíritu o alma. Esta fe abre nuestro espíritu, nuestra mente y nuestra voluntad al mundo espiritual. Pero aquí tenemos que distinguir a qué tipo de espíritu nos abrimos. Es que también está el ámbito del ocultismo, es decir, el ámbito de los seres espirituales, hoy en día a menudo denominados «energías». En realidad son ángeles caídos, demonios. Estos espíritus de mentira influyen en el pensamiento del hombre con inspiraciones aparentemente verdaderas. Si uno no ama la verdad y no está enraizado en ella, difícilmente podrá reconocer la mentira escondida detrás de estas sugerentes inspiraciones. Además, el germen del mal en el hombre cuadra con estas falsas inspiraciones y se identifica por completo con ellas. Estas inspiraciones conducen, en consecuencia, a la rebelión contra Dios y Sus leyes. La persona en cuestión siempre justifica las falsas inspiraciones con algún pseudobien, pseudoverdad o pseudojusticia. Pero Jesús dice: «El árbol se conoce por el fruto». La conexión del ego humano con la inspiración demoníaca trae consigo el mal y la muerte, no solo temporal, sino también eterna. El paganismo, así como el cristianismo podrido o apóstata actual, es la religión del viejo hombre. Adora al demonio Pachamama y otros demonios y promueve la perversión LGBTQ. Todo esto conduce a la perdición.
El paganismo rinde culto a varias deidades, a las que da forma de animales, pájaros o bestias. Por ejemplo, en el budismo, la persona que medita se hace una en espíritu con alguna bestia y, como resultado, se imbuye del espíritu de crueldad y cinismo. En esencia, este falso camino espiritual es la deificación del ego orgulloso y el rechazo rotundo del camino de la verdad y del camino de la salvación. Este camino falso se denota con el término «do», por ejemplo aiki-do, bu-do, taekwon-do. Pero este no es el camino de la verdad o la liberación del germen del mal dentro de nosotros. Es un gran engaño y mentira. El espíritu del paganismo con sus llamadas energías espirituales no funciona en su totalidad si el arte marcial se toma solo como un mero deporte. Pero existe el peligro de que quien se dedica a este deporte desee el máximo éxito. Aquí se le aconseja que deba meditar, porque eso es lo que hacen los mejores maestros de artes marciales. Solo entonces el espíritu que actúa en el budismo pagano actuará con poder a través de él. Lo mismo se puede decir del hinduismo pagano y la práctica del yoga. El hatha yoga se presenta como gimnasia, unos ejercicios. Aquellos que quieran ir más allá deben continuar con ejercicios respiratorios, seguidos de meditación, hasta llegar al llamado raya yoga (yoga de los reyes), donde el meditador está totalmente poseído por el demonio de la mentira. El meditador dice: «Soy un dios». Este camino de la llamada autoredención, combinado con la enseñanza de la reencarnación, es un gran engaño y una trampa también para muchos cristianos. El yoga se ha promovido intensamente en el Occidente cristiano desde la década de 1960. Un auge del budismo comenzó poco después a través de literatura y películas promocionales que popularizaron las artes marciales y abrieron la puerta a la invasión por parte de la espiritualidad budista.
Se creó una atmósfera como si el budismo trajera una espiritualidad superior y prestigiosa. El camino seguro de salvación, dado a nosotros en Cristo a través de Su muerte redentora en la cruz, empezó a ser considerado como algo inferior. Este trágico engaño se basó en el orgullo humano y el ego humano, razón por la cual se extendió tan fácilmente en medio del cristianismo podrido. De hecho, se trataba de abrir la puerta al mundo espiritual, es decir, a los seres espirituales, los demonios. Jesús echaba fuera demonios por Su palabra de verdad y por el Espíritu de Dios. También dio este poder a los apóstoles y a cada cristiano para que pudiera vencer a estos demonios. Sin embargo, la condición es que el cristiano debe estar arraigado en Cristo y su Evangelio y ser un verdadero discípulo de Cristo.
El paganismo tiene muchas ramas. En esencia, se trata de abrirse al poder demoníaco y adorar a los demonios y a Satanás. La pseudocultura ocultista afecta especialmente a los jóvenes de hoy. Ya no es el ateísmo lo que forma parte de una buena imagen, sino el paganismo y el ocultismo. Tomemos como ejemplo el popularizado libro «Harry Potter». Casi todas las películas y libros para niños e incluso libros de texto están repletos de propaganda de la magia y el ocultismo. Halloween, festividad satanista, que estuvo acompañada de sacrificios humanos, se impone a los niños en los jardines de infancia. Los aztecas paganos ofrecían anualmente hasta veinte mil sacrificios humanos a sus llamadas deidades, es decir demonios. Le abrieron el pecho a un joven aún vivo y su corazón sacrificaron a los demonios. Fue el cristianismo el que puso fin a esto. Sin embargo, los chamanes han estado ofreciendo sacrificios al ídolo de la Pachamama hasta el día de hoy, por ejemplo, durante la construcción de casas. Se entierra un feto de llama en los cimientos de casas pequeñas, o se ofrece un sacrificio humano y se entierra en los cimientos de grandes edificios. Suelen tomar a un sintecho, o un turista, lo drogan con opiáceos o estupefacientes y luego lo entierran vivo en cimientos. Se realizan rituales satánicos similares no solo en América del Sur, sino también en el Tíbet.
En el quinto libro de Moisés, es decir, más de mil años antes de la era común, el Señor a través de Moisés advierte de formas específicas de adivinación, magia y espiritismo (v. Dt 18, 9 ss.).
Hoy se habla mucho de esoterismo, de parapsicología, de la llamada energía reiki, del método Silva, del yin y el yang, del feng shui, de los bonsáis, de la acupuntura china y de otras prácticas del budismo chino. Los mártires prefirieron sufrir crueles torturas y muerte antes que adorar a las deidades paganas, porque sabían que el primer mandamiento del Decálogo dice claramente: «Yo soy el Señor tu Dios, el único Dios, no tendrás otros dioses (paganos) delante de Mí. No te harás un ídolo en forma de animales, pájaros, reptiles o seres humanos; porque yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso».
Cuando el diablo tentó a Jesús en el desierto, Jesús le dijo: «¡Vete, Satanás! Porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y solo a Él servirás». El sistema pagano es un servicio y adoración a dioses falsos: demonios y el Satanás mismo.
Definitivamente queda perfectamente claro para todos hoy en día que el camino, o un programa de las élites gobernantes, que promueven el paganismo, la inmoralidad y la despoblación, es un camino del Anticristo. El pseudopapa Francisco también sigue ese camino y lo llama «camino sinodal». Su entrega a los demonios durante un ritual pagano realizado por un chamán no necesita comentarios. Cometió una apostasía pública, por lo que incurrió en el anatema, la excomunión, es decir, la expulsión de la Iglesia de Cristo.
La fe redentora está enraizada en la verdad revelada por Dios. «El que crea (en Cristo) y sea bautizado, será salvo» (Mc 16, 16). Éste es el fundamento. Pero hay que seguirlo por un camino, que es Jesucristo. El que persevere en este camino hasta el fin, será salvo (Mt 24, 13). Una persona necesita principalmente una rutina diaria de oración cuando anda por este camino. Lo ideal es el diezmo de tiempo cada día. Aquellos que le den a Dios 2,5 horas todos los días se liberarán de la dependencia del espíritu del mundo y de mentira, que está activo en los principales medios de comunicación y redes sociales. De esta manera preferirán la comunicación vertical a la horizontal o, en otras palabras, preferirán la verdad redentora al engaño, las medias verdades y la vanidad.
En cuanto a la oración, nos lleva a la cruz de Cristo. Aquí confesamos nuestros pecados y recibimos el perdón a través de la fe en la sangre de Cristo derramada para el perdón de los pecados.
La fe redentora se manifiesta sobre todo en la oración interior y en la relación personal con el Salvador. Nos une a Él. Unimos nuestros sufrimientos y nuestras cruces con Él, es decir, vivimos la cocrucifixión con Cristo.
Nuestra meta después de esta corta vida es alcanzar la vida eterna. Solo hay un camino verdadero que conduce allí, y ese es Jesucristo. Él es el Camino y la Verdad, pero también la Vida, la vida eterna (Jn 14, 6).

+ Elías
Patriarca del Patriarcado católico bizantino

18 de enero de 2023

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