«Me saco un feto de mi Vagina y me lo como»: ESTA MUJER NECESITA AYUDA

5 days ago
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“Me saco un feto de mi vagina y me lo como”: esta mujer necesita ayuda, no aplausos

En una nueva y polémica muestra del deterioro moral que invade parte del arte contemporáneo, una performer española ha escandalizado a miles de personas al describir públicamente un acto extremo que, bajo el pretexto de “arte conceptual”, banaliza el valor de la vida humana y la maternidad. En redes sociales y medios alternativos, el caso ha sido comentado con indignación: muchos ciudadanos piden que se ponga límite a un tipo de exhibicionismo que, en lugar de inspirar reflexión, atenta contra la dignidad humana y la sensibilidad colectiva.

Durante una entrevista difundida en plataformas digitales, la mujer relató sus “performances” como representaciones simbólicas del nacimiento y la creación. Sin embargo, el modo en que las describe ha provocado rechazo generalizado: su discurso mezcla referencias grotescas con supuestas metáforas sobre la maternidad, presentando lo que ella llama “una crítica al concepto de propiedad sobre la creación”. Detrás de esa justificación artística, muchos observadores ven un preocupante intento de legitimar actos que cruzan los límites del respeto, la ética y la salud mental.

Desde sectores culturales más tradicionales se subraya que el arte tiene como misión elevar el espíritu y promover valores, no degradarlos. Las reacciones no se han hecho esperar: cientos de usuarios calificaron la “performance” como una muestra de decadencia cultural y desconexión con la realidad humana. Numerosos comentaristas conservadores recordaron que la libertad artística no puede convertirse en un escudo para la provocación vacía o el mal gusto. “Esto no es arte, es una señal de una sociedad enferma”, opinaba uno de los mensajes más compartidos.

Más allá del impacto mediático, la polémica abre un debate urgente sobre los límites de la libertad de expresión artística y la responsabilidad ética de los creadores. En una sociedad donde se exige sensibilidad hacia el dolor, la maternidad y la vida, banalizar esos símbolos para escandalizar se percibe como un retroceso moral. Incluso voces del ámbito psicológico advierten que este tipo de expresiones extremas pueden reflejar trastornos emocionales más profundos, y que su difusión sin contexto puede normalizar conductas patológicas.

El caso, además, plantea una pregunta más amplia: ¿hasta qué punto el Estado y las instituciones culturales deben financiar o promover actividades de este tipo? Si se confirma que alguna de estas presentaciones ha recibido subvenciones públicas, se abriría una polémica mayor sobre el uso del dinero de los contribuyentes para espectáculos que ofenden la sensibilidad general. Numerosos ciudadanos reclaman que la financiación cultural vuelva a centrarse en la promoción del arte auténtico, el que construye y educa, no el que degrada.

En definitiva, lo ocurrido no puede quedar en la anécdota. Es una muestra del rumbo preocupante de ciertos sectores del arte contemporáneo, que confunden la libertad creativa con la destrucción simbólica de todo valor. Esta mujer no necesita aplausos; necesita ayuda y límites claros. La sociedad no puede permanecer indiferente mientras se aplaude la provocación vacía y se desprecia el sentido de la vida y la maternidad.

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