El Ermitaño {9} y el Farol del Vacío

3 days ago
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Tras la fuerza que doma al dragón, llega el silencio que escucha al abismo. En este episodio, descendemos al umbral del Ermitaño, la novena carta del Tarot, donde la sabiduría no se anuncia con grito, sino con un farol encendido en medio de la noche eterna. Exploramos el poder del número 9, el dígito que siempre regresa a sí mismo: símbolo del yo mágico, del ciclo que se cierra y del ego que sobrevive a todas las máscaras. Adentrémonos en el hermeticismo, donde lo de arriba es como lo de abajo, y en el mito del Anciano del Oeste —ese guardián del ocaso que habita en los confines del mundo, como Zaratustra en su montaña. Y nos preguntamos, con los poetas y místicos, si fue la soledad divina la que inspiró la creación del mundo —si Dios, invisible y solo, creó para ser visto, amado, comprendido.

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**NOTAS DEL EPISODIO**

1. El silencio no es mera ausencia de sonido, sino un estado activo de contención. Etimológicamente, silentium proviene del latín silere —“estar oculto, callar, no manifestarse”— una pausa que no anula, sino que contiene. Neurológicamente, el silencio reduce el ruido cortical, permitiendo que las redes por defecto del cerebro —como el modo de conexión interna— entren en actividad: es en este vacío aparente donde surgen la introspección, la integración de recuerdos y la emergencia del yo profundo.

2. El número nueve es el último de los dígitos, pero también el más circular: posee la extraña virtud de siempre regresar a sí mismo. Multiplica el nueve por cualquier número del uno al diez —9×2=18 (1+8=9), 9×7=63 (6+3=9), 9×13=117 (1+1+7=9)— y verás cómo, al reducir sus dígitos, el nueve resurge como una ley inquebrantable. Es el número del ego arquetípico, no como personalidad, sino como centro que persiste tras toda disolución: el punto inmóvil en el giro del molino, el testigo que sobrevive a todas las máscaras. En él se cumple el principio alquímico: solve et coagula —desarma todas las formas, pero siempre vuelve a coagularse en unidad.

3. El hermeticismo es una corriente de sabiduría antigua que nace de los escritos atribuidos a Hermes Trismegisto, una figura mítica donde se funden Hermes, dios griego del mensaje, y Thoth, dios egipcio de la escritura y la inteligencia. No es una religión ni una filosofía, sino un arte de la transformación interior basado en principios simbólicos: "lo de arriba es como lo de abajo", dice el Corpus Hermeticum, señalando la unidad entre el cosmos y el alma.

4. El mito del Anciano del Oeste encuentra un eco profundo en figuras como Zaratustra, el profeta que, en Así habló Zaratustra, sube a la cima de la montaña para alejarse del mundo de los hombres y habitar en la soledad del cielo. Allí, entre águilas y serpientes, no recibe revelaciones divinas, sino que engendra su propia verdad en el silencio del aire frío y la inmensidad estelar. Como el anciano que mora en los confines del Oeste —donde el sol muere cada día—, Zaratustra encarna al sabio que se retira no por debilidad, sino por fuerza: para que, lejos del ruido de las multitudes, el espíritu pueda hablar.

5. Los arquetipos son formas primordiales de la psique, imágenes universales que habitan en lo más profundo de la mente humana y se manifiestan en mitos, sueños, religiones y símbolos a través de todas las culturas. El término proviene del griego arché (principio, origen) y týpos (modelo, patrón), y fue usado originalmente en filosofía y gnosticismo para referirse a modelos eternos del ser.

6. El contraste entre el ruido y el silencio no es solo una diferencia sensorial, sino una expresión de un principio metafísico antiguo: la necesidad del dualismo para que algo pueda manifestarse. Nada existe en la experiencia humana sin su opuesto; la luz solo se reconoce en la sombra, el movimiento en el reposo, el sonido en el silencio. Esta polaridad no habla de conflicto, sino de generación: es en el borde entre lo uno y lo otro donde nace el significado. El silencio no anula el ruido, ni este al primero; más bien, se necesitan mutuamente para existir como tales.

7. “Quizás estamos aquí para decir: casa, puente, fuente, puerta, copa, fruta, ventana… Pero sobre todo, para decir, sí, para decirlo con pasión, ¡para alabarlo! Es por eso que amamos lo efímero: tememos que el invisible corazón del mundo se nos escape. ¿No es esta la razón por la que el amor se ha inventado en el lenguaje, como si Dios, al principio, hubiera sentido falta de testigos?" Rainer Maria Rilke, Libro de las Horas

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