Lucia Velasco Soy ganadera, apago incendios mientras los ecologistas no aparecen

Lucia Velasco Soy ganadera, apago incendios mientras los ecologistas no aparecen

En medio de una crisis que pone en jaque a comunidades enteras, surge la voz de una ganadera que denuncia con claridad lo que muchos en el campo ya saben pero pocos se atreven a decir: los incendios arrasan y quienes deberían dar la cara, no aparecen. Lucia Velasco, mujer de campo, trabajadora incansable y defensora de su tierra, relata con indignación cómo ella y su padre combaten las llamas mientras los llamados “ecologistas” y autoridades brillan por su ausencia.

La escena es desoladora: humo, calor insoportable y el peligro de que las llamas alcancen al pueblo. Sin embargo, no hay brigadas oficiales, no hay helicópteros operando y mucho menos la presencia de quienes dictan leyes desde una oficina en la capital. “¿Dónde están los que dicen que vienen a apagar incendios? ¿Dónde los ambientalistas que nos llaman asesinos por ser ganaderos?”, reclama Velasco, con el rostro marcado por la fatiga y el coraje.

La ganadera denuncia además la hipocresía de un sistema que promueve normativas absurdas, como la acumulación de biomasa en los campos, una medida que supuestamente protege al medio ambiente, pero que en la práctica se convierte en combustible perfecto para incendios incontrolables. “Miren cómo arde la biomasa. Esto necesita cuidado, manejo, no abandono”, sostiene. Su testimonio desnuda una verdad incómoda: el ecologismo de despacho solo produce discursos y fotos para campañas políticas, pero jamás soluciones reales.

Mientras tanto, en el terreno, son los mismos ganaderos, agricultores y pobladores quienes arriesgan su vida para proteger sus hogares, sus animales y sus comunidades. “Aquí no hay bomberos, no hay nadie, solo yo y mi padre apagando el fuego”, relata. La paradoja es clara: quienes son acusados injustamente de ser los causantes de los incendios, en realidad son los únicos que ponen el cuerpo para detenerlos.

Velasco también cuestiona con ironía las prioridades gubernamentales. “¿El helicóptero no vuela porque hay que proteger a las gallinas del agua que se podría desperdiciar? Esto es una vergüenza”, sentencia. La crítica va más allá de un reclamo personal: pone en evidencia el abandono estatal, la burocracia absurda y la negligencia de aquellos que deberían estar garantizando la seguridad de los ciudadanos.

La impotencia se mezcla con el dolor cuando la ganadera señala que incluso los animales salvajes, como los osos atrapados en medio de la tragedia, son víctimas de este abandono. Los mismos colectivos que dicen defenderlos no están presentes cuando más se los necesita. El contraste es brutal: activistas cómodos en las redes sociales y conferencias internacionales frente a campesinos luchando con palas, agua y sus propias manos contra un fuego que no espera discursos.

Este testimonio de Lucia Velasco no solo revela la realidad de un incendio forestal; es también un llamado de atención sobre la hipocresía de un modelo que ataca al productor rural y ensalza a burócratas y activistas de salón. En el campo se sabe bien: sin trabajo real, sin prevención y sin gestión, las llamas arrasarán con todo, y no habrá discurso ideológico que pueda apagar el fuego.

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