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Una mente en calma puede con cualquier tormenta.
Esta poderosa frase encierra uno de los secretos mejor guardados del bienestar emocional y la resiliencia humana. En un mundo cada vez más ruidoso, agitado y saturado de información, encontrar la calma mental no es solo una necesidad, sino una herramienta esencial para sobrevivir y prosperar. Cuando logramos calmar nuestra mente, no solo enfrentamos mejor los retos de la vida, sino que también abrimos las puertas al verdadero poder interior. Cultivar una mente serena nos permite mantener la claridad en medio del caos, la concentración frente a la distracción y la fuerza frente a la adversidad.
Vivimos tiempos de incertidumbre, donde el estrés, la ansiedad y el miedo son protagonistas silenciosos de nuestro día a día. Sin embargo, es precisamente en estas circunstancias donde se pone a prueba nuestro verdadero carácter. La calma mental no significa ausencia de emociones, sino la capacidad de observarlas sin dejarnos arrastrar por ellas. Una mente en calma nos ofrece perspectiva, nos ayuda a tomar decisiones más sabias y nos conecta con nuestro centro, ese espacio sagrado donde habita la autenticidad. Y en las redes sociales, donde el juicio, la comparación y el ruido reinan, la serenidad es una revolución silenciosa.
La práctica de la calma mental no es un regalo con el que se nace, sino una habilidad que se entrena con constancia y dedicación. La meditación, la respiración consciente, el silencio interior y la reflexión profunda son algunas de las herramientas más poderosas para desarrollar esta cualidad. Al entrenar la mente para la calma, desarrollamos un escudo contra los estímulos negativos, las críticas externas y nuestras propias dudas. El poder de una mente tranquila se refleja en nuestras acciones, en nuestras relaciones y en nuestra energía personal. Nos volvemos imanes de paz en medio de un mundo convulso.
Uno de los beneficios más impactantes de mantener una mente en calma es su influencia directa en nuestra salud física y emocional. Estudios científicos han demostrado que la práctica regular de técnicas de relajación reduce los niveles de cortisol, fortalece el sistema inmunológico y mejora la calidad del sueño. Además, una mente serena permite una mayor creatividad, intuición y productividad, capacidades que nos ayudan no solo a sobrevivir, sino a crear y evolucionar. Cuando estamos tranquilos, podemos escuchar mejor nuestras ideas y tomar mejores decisiones.
En el ámbito profesional, la calma mental es una ventaja competitiva. Mientras otros reaccionan de manera impulsiva o emocional, una persona con mente serena responde con estrategia, empatía y claridad. La calma nos otorga la capacidad de observar antes de actuar, de evaluar antes de decidir y de mantener el control incluso bajo presión. Los grandes líderes no son aquellos que gritan más fuerte, sino los que piensan con serenidad en los momentos de crisis. Las empresas más exitosas del mundo valoran la inteligencia emocional, y dentro de ella, la calma es uno de los pilares fundamentales.
No podemos controlar todo lo que ocurre fuera de nosotros, pero sí tenemos el poder de gestionar lo que ocurre dentro. Esa es la gran enseñanza que encierra la frase “Una mente en calma puede con cualquier tormenta.” Las tormentas seguirán llegando, pero si tu mente está en paz, no perderás el rumbo. Serás como un faro firme en la costa, guiando barcos perdidos con su luz inquebrantable. La resiliencia no significa nunca caer, sino tener la fuerza interior para levantarse una y otra vez, con más sabiduría, más templanza y más amor propio.
La sociedad actual nos empuja constantemente a la sobreestimulación: notificaciones, comparaciones, noticias alarmantes, juicios externos… Todo ello activa nuestro sistema de alerta y nos desconecta de la calma interior. Pero es posible desactivar ese ciclo. Al recuperar el control sobre nuestra mente, también recuperamos el control sobre nuestra vida. Aprendemos a elegir nuestros pensamientos, a nutrirnos con ideas positivas y a transformar la ansiedad en acción consciente. Cada minuto que dedicamos al silencio y la reflexión es un acto de rebeldía positiva frente al caos exterior.
El camino hacia una mente tranquila no es lineal. Habrá días de confusión, momentos de frustración y emociones que nublan la visión. Pero en esos instantes, debemos recordar que la calma no es un destino, sino una práctica diaria. Es un hábito que se fortalece con cada respiración profunda, con cada instante en el que elegimos no reaccionar de forma impulsiva. Como un músculo que se entrena, la serenidad mental se expande cuanto más la ejercitamos. Y una vez que la cultivamos, se convierte en nuestro refugio, nuestro hogar interno, nuestro templo personal.
Una mente serena también mejora nuestras relaciones interpersonales. Cuando dejamos de reaccionar desde el ego o desde el miedo, podemos escuchar al otro desde la compasión y la comprensión. La calma nos permite comunicarnos mejor, resolver conflictos con madurez y fortalecer vínculos con autenticidad. En lugar de alimentar la confrontación, sembramos puentes de diálogo y respeto. La verdadera paz no es la ausencia de conflicto, sino la capacidad de gestionarlo con inteligencia y calma emocional. Ahí reside el verdadero poder del autocontrol.
En tiempos de crisis personal, como una ruptura, una pérdida o un cambio drástico, una mente en calma actúa como ancla emocional. Nos ayuda a sostenernos, a no naufragar en la desesperación y a encontrar luz en medio de la oscuridad. El silencio interior nos conecta con respuestas que la prisa nos oculta, con intuiciones que el ruido bloquea, con fuerzas que el miedo intenta apagar. Cuando todo parece perdido, una mente tranquila es el primer paso para reconstruirnos desde dentro hacia fuera. Porque desde el vacío también nace la oportunidad de crear algo nuevo.
Cuando la vida se vuelve impredecible, muchas personas reaccionan desde el pánico o el descontrol. Sin embargo, aquellos que han aprendido a cultivar la calma mental actúan desde la observación consciente. La serenidad mental no elimina los problemas, pero transforma la manera en que los enfrentamos. Nos volvemos menos reactivos y más reflexivos. Dejamos de luchar contra lo inevitable y empezamos a fluir con sabiduría, aceptando que hay cosas que no podemos cambiar, pero muchas otras que sí dependen de nosotros: nuestra actitud, nuestra percepción y nuestra energía.
Uno de los mayores actos de valentía es guardar silencio cuando el ego quiere gritar. Una mente en calma no necesita probar nada a nadie, porque ya ha encontrado la validación interna. En lugar de desgastarse compitiendo o buscando aprobación, permanece en su centro, firme y tranquila. Esta postura no significa debilidad, sino madurez. El verdadero poder no reside en dominar a los demás, sino en tener el control de uno mismo. Las personas que dominan su mente también dominan su destino, porque toman decisiones conscientes y alineadas con su propósito.
Las redes sociales, aunque pueden ser una herramienta poderosa, también alimentan constantemente la comparación, el juicio y la insatisfacción. Pero incluso allí, es posible practicar la calma. Publicar desde la autenticidad, consumir contenido con conciencia y desconectar cuando es necesario son formas de proteger la paz mental. No tienes que seguir el ruido para ser visible. Al contrario, la energía de la serenidad atrae a quienes buscan inspiración real, no solo entretenimiento vacío. En este mar de estímulos, ser calma es ser único.
El crecimiento personal no se da en medio del caos emocional, sino en la pausa consciente. Una mente en calma es terreno fértil para la transformación interna. Nos permite ver nuestras sombras sin miedo, reconocer patrones negativos y trabajar en nosotros con amor propio. No hay avance verdadero sin introspección. Y no hay introspección sin quietud. Por eso, la calma no es solo deseable, es esencial. Es ahí donde surgen las preguntas que cambian vidas y las respuestas que nos devuelven el rumbo cuando todo parece haberse perdido.
¿Y qué ocurre cuando dejamos de buscar afuera lo que ya poseemos dentro? Descubrimos que la paz no está en los logros, en las metas o en el reconocimiento, sino en la forma en que experimentamos cada momento. Una mente serena convierte lo ordinario en extraordinario, porque está presente. No corre hacia el futuro ni se queda atrapada en el pasado. Vive aquí, ahora, y desde ese estado, todo se transforma. La alegría no se compra; se cultiva. Y su abono es la serenidad del alma.
A nivel neurocientífico, se ha demostrado que los estados de calma activan regiones del cerebro asociadas con la creatividad, la empatía y el pensamiento estratégico. No es casualidad que los mayores genios de la historia hayan valorado el silencio y la contemplación. Leonardo da Vinci, Nikola Tesla, Buda, Einstein… todos comprendieron el valor de una mente entrenada en la paz. No hay genialidad sin enfoque, y no hay enfoque sin tranquilidad. Por eso, dedicar tiempo al cuidado mental no es un lujo: es una inversión en nuestra evolución.
Una mente en calma también fortalece nuestra autoestima. Cuando dejamos de ser esclavos de nuestros pensamientos negativos y aprendemos a observarlos sin identificarnos, recuperamos el poder sobre nuestra narrativa interna. El diálogo interno cambia, se vuelve más compasivo, más consciente, más poderoso. Ya no nos juzgamos por cada error ni nos castigamos por cada caída. Nos hablamos con la misma amabilidad que ofreceríamos a un amigo. Y en ese acto de amor propio silencioso, creamos el entorno mental ideal para florecer.
En momentos de angustia, muchos buscan soluciones externas: cambiar de trabajo, mudarse, alejarse de personas. Pero si la tormenta está dentro, ninguna huida funcionará. Solo enfrentando nuestra propia mente podemos encontrar la verdadera libertad. No se trata de escapar, sino de transformar. Y para transformar, necesitamos parar. Respirar. Mirar hacia dentro. El silencio incómodo del principio se convierte, con práctica, en un oasis de claridad y luz. Y desde ese lugar, todo lo externo comienza a cambiar, reflejando nuestro nuevo estado interno.
Una mente serena también es sinónimo de poder manifestador. Desde la calma, nuestra frecuencia vibracional se eleva, conectando con posibilidades y sincronías que antes no veíamos. No hay magia en la prisa, pero sí en la quietud. Cuando dejamos de forzar, permitimos. Cuando soltamos, recibimos. El universo responde mejor a quienes actúan con intención y no desde la ansiedad. Por eso, si quieres atraer bienestar, amor, abundancia o salud, empieza por cultivar un espacio de calma dentro de ti. Todo lo demás será consecuencia.
Es natural sentirse abrumado ante tantos desafíos. Pero rendirse no es la única opción. Tampoco luchar con desesperación. A veces, la respuesta está en hacer menos, en callar, en esperar. Porque en la calma también habita la acción consciente, aquella que no parte del miedo sino de la sabiduría. Una mente tranquila es como un lago cristalino: refleja con nitidez, no distorsiona. Y desde esa visión clara, podemos ver caminos donde antes solo veíamos muros. Podemos encontrar oportunidades en medio de las crisis. Podemos renacer.
Muchas veces confundimos el control con la rigidez. Pensamos que mantenernos en calma es reprimir lo que sentimos o aparentar fortaleza. Pero una mente serena no niega sus emociones; las reconoce, las abraza y las transforma. No se trata de ignorar la tristeza, la ira o el miedo, sino de darles espacio sin permitir que dominen nuestro comportamiento. Esta es la verdadera libertad emocional: no reprimir ni reaccionar, sino responder desde un estado de presencia. Y cuanto más cultivamos esta serenidad, más capacidad desarrollamos para vivir desde la autenticidad.
El caos exterior no tiene por qué convertirse en caos interior. Así como un árbol permanece firme incluso cuando soplan vientos huracanados, nosotros también podemos aprender a mantenernos enraizados. La respiración consciente es una herramienta inmediata y poderosa. Tres respiraciones profundas, en silencio, pueden cambiar nuestro estado mental en cuestión de segundos. Esta técnica milenaria, respaldada por la neurociencia, reduce la ansiedad, ralentiza los pensamientos y nos devuelve al momento presente. Allí donde está la calma, también está el poder.
La vida no se trata de evitar las tormentas, sino de aprender a navegar en ellas. Una mente en calma no teme a los cambios, porque ha aprendido a adaptarse sin perder su esencia. Esta flexibilidad mental es lo que diferencia a quienes se estancan de quienes evolucionan. Donde algunos ven crisis, otros ven oportunidades. Donde unos se hunden, otros aprenden a nadar. Y todo esto empieza en un lugar invisible pero poderoso: nuestros pensamientos. Cambiar la forma en que pensamos cambia la forma en que vivimos.
Uno de los mayores regalos que podemos hacernos es proteger nuestra energía mental. No todo merece nuestra atención. No toda batalla merece ser librada. A veces, la mayor muestra de inteligencia es el silencio. No responder al ruido, no alimentar la crítica, no caer en la provocación. Porque cuando respondemos desde la calma, marcamos la diferencia. Dejamos de ser piezas de un juego externo para convertirnos en creadores de nuestra propia experiencia. La vida no nos pasa a nosotros: nosotros la creamos desde dentro.
El entrenamiento de la calma es diario. No basta con leer frases inspiradoras o meditar una vez al mes. La serenidad es una disciplina que se construye con pequeñas acciones cotidianas: desconectar del móvil, tomar un té en silencio, caminar sin prisas, observar los pensamientos sin juzgarlos. Cada momento puede ser una oportunidad para regresar a nuestro centro. Y cuanto más practicamos, más fácil se vuelve. La mente se entrena, igual que el cuerpo. Lo que hoy parece difícil, mañana será natural. Lo que hoy nos cuesta, mañana nos fortalecerá.
Las personas con una mente en calma son fácilmente reconocibles. Irradian una paz que no proviene de la perfección, sino de la aceptación. Han dejado de luchar contra sí mismas y han aprendido a convivir con su historia, sus sombras y su luz. No necesitan demostrar nada, porque su energía habla por ellas. Y es esa energía la que transforma espacios, eleva conversaciones y enciende esperanzas. La serenidad no se impone; se transmite. Y todos podemos ser portadores de esa luz si elegimos el camino del autocuidado mental.
Una mente en calma puede con cualquier tormenta. Esta frase no es solo un mantra; es una verdad que la vida confirma una y otra vez. Cuando todo parece derrumbarse afuera, la paz interior se convierte en nuestra fortaleza más valiosa. Nadie puede arrebatarnos la calma que cultivamos conscientemente. Y desde ese estado de presencia, tomamos mejores decisiones, nos comunicamos con más claridad y construimos relaciones más sanas. La calma no es pasividad; es poder canalizado con sabiduría.
La productividad también se beneficia enormemente de una mente serena. Muchas veces confundimos estar ocupados con ser efectivos. Pero el exceso de actividad sin dirección es una forma de evasión. Cuando la mente está tranquila, podemos enfocarnos en lo que realmente importa, priorizar tareas con criterio y trabajar sin quemarnos. La calma permite una gestión del tiempo más inteligente, basada en el propósito y no en la presión. Es ahí donde florece la eficiencia verdadera, sin estrés ni agotamiento crónico.
El verdadero lujo hoy no es tener más, sino sentir más. Sentir profundamente cada instante, cada conversación, cada logro y cada desafío. Y para sentir de verdad, necesitamos calma. La prisa nos anestesia. La serenidad nos despierta. Nos conecta con lo que realmente somos y con aquello que nos rodea. Nos devuelve la capacidad de asombrarnos, de agradecer, de disfrutar. Una mente apresurada no puede amar con plenitud. Pero una mente tranquila ama sin miedo, sin juicio, sin condiciones.
La espiritualidad moderna, incluso más allá de cualquier religión, también nos recuerda la importancia del silencio interior. Grandes tradiciones ancestrales han enseñado durante siglos que el silencio no es vacío, sino plenitud en su forma más pura. Desde el silencio surge la intuición, la sabiduría interna, el contacto con lo divino. Una mente tranquila es un puente entre lo humano y lo eterno, entre el cuerpo y el alma. Y en ese espacio sagrado, descubrimos que nunca estuvimos solos, ni perdidos, ni rotos. Solo necesitábamos parar y escuchar.
Vivimos inmersos en una cultura que celebra la velocidad, la competencia y la productividad sin descanso. Pero el alma no crece en la prisa, sino en la pausa. Los mayores aprendizajes no surgen en medio del ruido, sino en los momentos de recogimiento. La mente necesita silencio para integrar lo vivido, para entender sus emociones, para conectar con el propósito. Quien aprende a detenerse a tiempo, también aprende a vivir mejor. No se trata de hacer más, sino de hacer con intención, con alma, con conciencia.
La calma mental es también una forma de valentía. No cualquiera se atreve a mirarse por dentro. Muchos huyen de sí mismos, distraídos por mil estímulos, por mil excusas. Pero los valientes se sientan en el silencio y se enfrentan a sus propias voces internas. Y en ese acto, descubren que no eran tan oscuras como pensaban. Que dentro de ellos también habita la luz. La verdadera transformación empieza cuando dejamos de temerle a nuestros pensamientos y empezamos a guiarlos hacia donde queremos ir.
El impacto de una mente tranquila se siente incluso en el cuerpo. Menos dolores, menos enfermedades, más vitalidad. El estrés crónico, por el contrario, enferma el organismo, agota el sistema nervioso y debilita las defensas. Por eso, cuidar nuestra mente es cuidar nuestra salud. Alimentarla de pensamientos positivos, rodearse de entornos armoniosos, evitar la toxicidad, descansar lo suficiente… son actos de amor propio. Y no necesitamos grandes recursos para lograrlo, solo compromiso con nuestro bienestar.
El entorno no siempre ayuda. A veces es ruidoso, exigente, incluso hostil. Pero incluso en medio del bullicio, podemos encontrar momentos de paz. Una caminata sin auriculares, una ducha consciente, unos minutos de meditación al despertar. No necesitamos irnos al Himalaya para encontrar serenidad. Está aquí, a nuestro alcance, cada vez que decidimos salir del piloto automático. La presencia plena es un hábito, no un lugar. Y cuanto más lo practicamos, más fácil resulta regresar a ese refugio interior que nunca se cierra.
Una mente en calma puede con cualquier tormenta. Porque ha aprendido que las emociones, aunque intensas, son pasajeras. Que los pensamientos, aunque ruidosos, no son verdades absolutas. Que el mundo, aunque cambiante, no define nuestro valor. Esa conciencia profunda es el faro que nos guía cuando todo parece perder sentido. Nos recuerda que lo esencial no se ve, pero se siente. Que el silencio no es vacío, sino vida latiendo con fuerza. Y que incluso en los días más oscuros, podemos elegir la luz.
También debemos entender que la calma mental no significa desconectarse del mundo, sino conectarse con uno mismo para influir en el mundo desde otro lugar. No es aislamiento, es conexión profunda. Desde esa serenidad, nuestras acciones tienen más impacto, nuestras palabras más sentido, nuestra energía más alcance. No se trata de quedarnos quietos, sino de movernos con propósito. De actuar desde la paz, no desde la reacción. Porque cuando uno actúa en calma, el resultado no es solo más efectivo, sino más humano.
Los vínculos también cambian cuando cultivamos la serenidad. Ya no buscamos desde la carencia, ni nos enganchamos a relaciones tóxicas por miedo a la soledad. Una mente tranquila elige desde la plenitud, no desde la necesidad. Y eso da lugar a conexiones auténticas, libres, nutritivas. Relaciones donde el amor no duele, no aprieta, no manipula. Porque cuando estamos bien con nosotros mismos, no necesitamos que otros nos completen. Solo deseamos compartir nuestra abundancia emocional.
La calma también nos ayuda a ver con más claridad lo que queremos y lo que no. Cuántas veces tomamos decisiones desde el apuro, desde la presión, desde la confusión. Pero una mente serena ve más allá de la inmediatez, detecta lo que es coherente con nuestros valores y descarta lo que no resuena. Esto no solo evita errores, también nos ahorra tiempo, energía y decepciones. Es como si se abriera un canal de sabiduría interior que nos guía con más firmeza en cada paso que damos.
Incluso en el ámbito creativo, la calma mental es una aliada. Las ideas más brillantes no nacen en medio de la urgencia, sino en la quietud. Muchos artistas, escritores, músicos y emprendedores reconocen que sus mejores creaciones surgieron en momentos de pausa, de silencio, de desconexión del mundo. El espacio creativo necesita silencio para florecer, y la calma es la antesala de toda manifestación genuina. Por eso, si buscas inspiración, no busques más estímulo. Busca más silencio.
Y finalmente, la serenidad mental es el regalo que nos permite ser verdaderamente felices. No se trata de alcanzar metas imposibles, ni de evitar el dolor. Se trata de aprender a estar bien con lo que hay, aquí y ahora. La calma no nos convierte en pasivos, sino en conscientes. Nos devuelve el control sobre lo que sí podemos cambiar: nuestra actitud, nuestra mirada, nuestra forma de estar en el mundo. Y desde esa conciencia, todo lo demás se transforma, porque cuando tú cambias, todo cambia.
Muchos piensan que la calma se alcanza cuando todo en la vida encaja a la perfección. Pero esa es una ilusión peligrosa. Porque la vida, por naturaleza, es impredecible, caótica y cambiante. Esperar a que todo esté bien para encontrar paz es como esperar a que deje de llover para aprender a nadar. La verdadera calma no depende de las circunstancias, sino de nuestra capacidad de mantenernos centrados ante cualquier circunstancia. Es una elección que se toma todos los días, cada hora, cada instante.
Los desafíos no van a desaparecer, pero sí puede cambiar la manera en que los enfrentamos. Y en ese cambio reside nuestra libertad. Una mente entrenada en la serenidad sabe que no siempre podrá controlar el entorno, pero sí puede controlar cómo responde ante él. Esta respuesta consciente es lo que nos permite crecer, madurar y avanzar incluso en medio de la adversidad. El dolor no se elimina, pero se transforma. Las crisis no se niegan, pero se atraviesan con dignidad, con presencia y con una mirada más profunda.
Cuando logramos vivir con una mente calmada, también dejamos de tomarnos todo de forma personal. El ego se calma, la necesidad de tener siempre la razón se disuelve, y la compasión hacia uno mismo y hacia los demás se fortalece. Ya no necesitamos ganar discusiones para sentirnos valiosos, ni probar nada para demostrar quiénes somos. Porque al estar en paz con nosotros mismos, dejamos de buscar afuera lo que ya tenemos dentro. Esa paz interior es un imán para la abundancia, para el amor, para la armonía.
Una mente en calma puede con cualquier tormenta. Esta frase, que ahora resuena con más fuerza que nunca, no es solo una afirmación poética. Es una promesa que la vida cumple cada vez que decidimos practicar la presencia, cada vez que elegimos el silencio en lugar del juicio, la introspección en lugar de la reacción. Y cuanto más vivimos desde esa calma, más descubrimos que las tormentas no eran enemigos, sino maestros. Que el dolor no era castigo, sino oportunidad. Que nosotros, en nuestro centro, éramos más fuertes de lo que creíamos.
Y ahora que has llegado hasta aquí, no lo olvides jamás: todo lo que buscas fuera ya habita en ti. La claridad, la fuerza, la confianza, el propósito, la sanación. Solo necesitas silencio para escucharte, paciencia para sostenerte y práctica para transformarte. La serenidad no es una meta; es el camino. Y tú puedes elegirlo ahora, aquí, sin excusas. Porque no importa lo que haya sucedido hasta hoy. Lo único que realmente importa es la decisión que tomas ahora. Y si decides caminar hacia tu paz, entonces todo cambiará. Una mente en calma puede con cualquier tormenta.
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