EE.UU. declara el carbón como mineral estratégico

EE.UU. declara el carbón como mineral estratégico: Trump refuerza la soberanía energética y desafía al globalismo verde

En un movimiento que marca un punto de inflexión en la política energética de Estados Unidos, el presidente Donald Trump ha reclasificado oficialmente el carbón como un mineral estratégico, colocándolo al nivel de recursos clave como el uranio, el litio y las tierras raras. Esta medida no es solo simbólica: implica acciones concretas de carácter económico, militar y geopolítico que colocan al carbón nuevamente en el corazón de la seguridad nacional.

La decisión contempla la agilización de permisos para nuevas minas en tierras federales, financiamiento directo para plantas de procesamiento y la creación de reservas estratégicas de carbón. En esencia, se trata de un esfuerzo por devolverle a Estados Unidos el control de su infraestructura energética básica, reforzando sectores industriales vitales como el del acero militar y reduciendo, de paso, la dependencia crítica que existe hoy frente a China.

Los efectos inmediatos ya se están viendo. En Dakota del Norte, múltiples proyectos de extracción han sido autorizados en tiempo récord. Billones de dólares se están redirigiendo hacia infraestructura minera, tanto para la activación de nuevos sitios como para la recuperación ambiental de zonas industriales. Las acciones de compañías como Peabody Energy y Core Natural se dispararon entre un 9% y un 12% apenas se hizo pública la medida.

Más allá de lo económico, esta declaración tiene implicancias políticas y culturales profundas. Significa que la administración Trump está dispuesta a romper con los compromisos ideológicos del cambio climático promovidos por las élites globalistas. Frente a una red de acuerdos internacionales que busca imponer límites draconianos a las emisiones, el presidente opta por el empleo, la autosuficiencia y el sentido común patriótico.

¿El costo? Según los críticos, podría significar un aumento teórico en las emisiones de CO₂, un argumento que los demócratas y los ecologistas usarán como excusa para desacreditar la política energética republicana. También se anticipa una posible tensión diplomática con socios verdes de Europa, quienes priorizan la narrativa climática sobre la seguridad energética.

Pero en el corazón de América —en los Apalaches, el Medio Oeste y zonas industriales olvidadas por décadas— esta es una señal de esperanza. Se crearán miles de empleos bien remunerados, se fortalecerá la red eléctrica nacional y se garantizará que la defensa de Estados Unidos nunca dependa de minerales controlados por potencias extranjeras.

No se trata solo de carbón. Se trata de soberanía, industria, y una visión de futuro en la que Estados Unidos se levanta sobre sus propios recursos, no sobre las promesas vacías del ambientalismo progresista.

Una vez más, Donald Trump cumple: donde otros firmaron pactos de sumisión globalista, él restablece el poder industrial de la nación. Porque sin energía, no hay soberanía. Y sin soberanía, no hay nación.

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