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El primer milenio presenció el desarrollo de cinco patriarcados autónomos: Roma, Antioquía, Alejandría, Jerusalén y Constantinopla. El comienzo del siglo IV estuvo marcado por el surgimiento de la herejía del arrianismo y más tarde del nestorianismo y del monofisismo. Estas herejías las combatieron los primeros cuatro concilios, a saber, el Concilio de Nicea (325), Constantinopla (381), Éfeso (431) y Calcedonia (451).
El patriarcado de Roma gozaba de la mayor autoridad en materia de pureza de fe. Terminada la lectura de la carta dogmática del papa León Magno al Concilio de Calcedonia (451), que se opuso a la herejía de la época, los padres conciliares exclamaron: «¡Esta es la fe de los padres! ¡Esta es la fe de los apóstoles! ¡Así creemos todos nosotros! Pedro ha hablado por boca de León».
También la históricamente conocida fórmula dogmática del papa Hormisdas (518) habla de la fe incorrupta del trono apostólico de Roma, «por el que la verdadera e intacta (es decir, no perturbada por herejías) fe cristiana se preserva firmemente».
Hoy en día, Francisco destruye deliberadamente los principios morales y los fundamentos doctrinales. Legaliza la sodomía y la idolatría (Pachamama, entrega al diablo en Canadá). Valdría la pena considerar adoptar la práctica del primer milenio y restaurar el papel de los patriarcados para detener el proceso de autodestrucción. Los nuevos patriarcados católicos pueden obstaculizar las actividades perniciosas del papa ilegítimo y de su estructura autodestructiva.
Se podría establecer un patriarcado para América del Norte, uno para América del Sur y otro para África. Los históricos patriarcados orientales de Antioquía, Alejandría, Jerusalén y Constantinopla han perdido su sentido práctico debido a la expansión del islam. La relación entre los patriarcados y la institución del papado sería muy parecida a la del primer milenio. Los patriarcados eran independientes entre sí. Estaban unidos en cuestiones de fe y moral garantizadas por Roma mediante la primacía papal.
Sin embargo, en este momento de crisis, Roma no es garantía de una fe verdadera, sino todo lo contrario. Por lo tanto, en los tiempos extraordinarios actuales, un papa católico ortodoxo debe ser elegido de manera extraordinaria, porque ya no hay lugar para la verdadera fe en el Vaticano. El Vaticano ha expulsado el Espíritu de Cristo y ha recibido el espíritu de los masones.
El ilegítimo papa Francisco, que abusa de la máxima autoridad, pretende destruir el sacerdocio sacramental, la institución misma del papado y la esencia del cristianismo. Lo demuestra el llamado camino sinodal LGTBQ. La actual apostasía del Vaticano excede por mucho el cisma de la llamada Reforma de Lutero.
A menos que los católicos comiencen a arrepentirse, se aparten del espíritu del mundo y dediquen una hora diaria a Dios y sus almas inmortales (preferiblemente de 8 a 9 p. m.), no habrá ninguna reforma efectiva.