Thomas Sowell - Elecciones dolorosas

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ELECCIONES DOLOROSAS

Por Thomas Sowell

Publicado el 8 de noviembre de 2016

Hablemos con sensatez sobre las elecciones. No se gana nada negándose a enfrentar los hechos duros. ¿Cuáles son esos hechos?

En primer lugar, ni Hillary Clinton ni Donald Trump tienen las calificaciones, la trayectoria o el carácter personal para ser presidente de los Estados Unidos.

La mayoría de nosotros probablemente podría pensar en varias personas que estarían mejor en la Casa Blanca. Pero aquí, como en otras partes de la vida, solo podemos elegir entre las alternativas realmente disponibles.

Aquellos de nosotros que hemos estado disgustados por algunas de las cosas que Donald Trump ha dicho y hecho debemos enfrentar el hecho de que él no está compitiendo contra la Madre Teresa. Sus pecados han sido igualados y superados por Hillary Clinton y su esposo.

En cuanto a los logros, Trump no tiene ninguno en política, y los logros comerciales no se transfieren automáticamente al gobierno.

Hillary Clinton ha estado en política durante décadas. Pero, ¿tiene ella siquiera un solo logro serio para demostrarlo? En el Senado no logró nada, y como secretaria de Estado mucho peor que nada.

La secretaria Clinton llevó a cabo la política exterior que destruyó dos gobiernos de países que no representaban ninguna amenaza para Estados Unidos ni para los intereses estadounidenses en el Medio Oriente. Cada país se está moviendo ahora en la dirección de uno de nuestros dos enemigos más peligrosos, Irán y Rusia.

Egipto ahora está planeando ejercicios militares conjuntos con las fuerzas rusas. Libia ya ha visto el ascenso de los terroristas islámicos que mataron al embajador estadounidense a quien el Departamento de Estado de Clinton se negó a brindarle la seguridad que pedía en repetidas ocasiones.

Tanto para los registros de seguimiento. En cuanto al carácter personal, ¿te gustaría que alguno de ellos viviera al lado de tu familia?

Donald Trump parece pensar que está bien que el gobierno se apodere de la casa de otra persona y le entregue la propiedad para que pueda construir algo, sin tener que pagar lo que le costaría comprar la casa. Ni siquiera podemos discutir lo que ha dicho sobre las mujeres en un periódico familiar. Agregue una egolatría casi infantil y tendrá un adolescente de 70 años.

Hillary Clinton es fundamentalmente muy similar. Pero, después de haber pasado décadas en el centro de atención política, tiene mucha más experiencia en ocultar su desprecio despiadado y astuto por todo lo que se interpone en el camino de su enriquecimiento y poder personal. Eso incluye el desacato a la ley.

Mucho antes de que sus correos electrónicos se convirtieran en un problema, la Sra. Clinton evadía las citaciones por registros que de alguna manera había "perdido" en la Casa Blanca cuando era primera dama. Tanto ella como su esposo perfeccionaron la táctica de dilapidar y dilapidar, hasta que pasó el tiempo suficiente para poder decir que un tema era ahora "vieja noticia" y que era hora de "seguir adelante".

El tema ante los votantes, sin embargo, no es cuál de los dos es la peor persona. El tema es cuál es más peligroso para el futuro de Estados Unidos. Tampoco se trata solo de lo que sucederá en los próximos cuatro años.

Quienquiera que se convierta en presidente de los Estados Unidos puede nombrar jueces de la Corte Suprema capaces de destruir la Constitución al "interpretar" sus protecciones de libertad fuera de existencia, no solo durante los próximos cuatro años, sino a partir de entonces.

Hillary Clinton ya ha dejado constancia de que quiere una Corte Suprema que revoque las decisiones recientes que protegen la libertad de expresión y defienden el derecho a portar armas. Todo en su pasado muestra un desprecio por la ley que la convierte en una amenaza muy creíble para desmantelar la Constitución, siempre que se interponga en su agenda.

Todo lo que se necesita es un Senado controlado por compañeros demócratas para permitir que los candidatos judiciales del presidente Clinton sean confirmados automáticamente, sin importar cuán poco respeto por la Constitución hayan demostrado esos candidatos.

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