DK3 -10 - Vamos a conocer a San Cipriano, Obispo y Mártir. Fray Nelson Medina.

1 year ago
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SAN CIPRIANO DE CARTAGO
EnciCato

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(Cecilio Cipriano Tascio)

I. La persecución de Decio
II. La unidad de la Iglesia
III. Novacianismo
IV. Los Lapsos
V. Rebautismo de los herejes
VI. Apelación a Roma
VII. Martirio
VIII. Escritos
IX. Doctrina
X. Apócrifos

Obispo y mártir. De su fecha de nacimiento y los primeros años de su vida nada se conoce con exactitud. Al momento de su conversión al Cristianismo, probablemente ya había pasado la mitad de su vida. Fue famoso como rétor y jurista, tenía una considerable riqueza y gozaba, sin lugar a dudas, de una posición privilegiada en la metrópolis de Africa. Sabemos por San Poncio, su diácono, cuya historia sobre la vida del santo se ha conservado, que su semblante era solemne pero sin severidad, y alegre pero sin efusividad. Su don de elocuencia es evidente en sus escritos. No fue un pensador, un filósofo o un teólogo, sino un hombre de mundo y administrador, y de un carácter firme y vigoroso. Su conversión se debió a un presbítero de su misma edad llamado Ceciliano, con el que aparentemente se fue a vivir. Antes de morir Ceciliano encomendó su esposa y su familia al cuidado de Cipriano. Mientras aun era catecúmeno, el santo decidió guardar castidad y repartió la mayor parte de sus bienes entre los pobres. Vendió sus propiedades, incluyendo sus jardines en Cartago. Estas le fueron regresadas (Dei indulgentia restituti, dice Poncio), al ser compradas aparentemen-te por sus amigos para devolvérselas; pero él las vendería de nuevo, movido por la persecución. Su bautismo probablemente tuvo lugar en el 246, posiblemente en la noche de Pascua, el 18 de Abril.

El primer escrito Cristiano de Cipriano es "Ad Donatum", un monólogo dirigido a un amigo, sentado bajo la pérgola de una cava. Él cuenta cómo, hasta que la gracia de Dios lo iluminó y fortaleció su conversión, le parecía imposible dominar los vicios en una decadente sociedad Romana de la que traza una pintura entristecedora; los espectáculos con gladiadores, el teatro, los tribunales injustos, la vacuidad del éxito político; el único refugio es la templanza, el estudio y la piadosa vida de los Cristianos. Probablemente al principio se colocaron las pocas palabras que Donato dirige a Cipriano, las cuales fueron impresas por Hartel como una carta ficticia. El estilo de este opúsculo es rebuscado y nos recuerda la grandilocuencia e incomprensibilidad de Poncio. No es como Tertuliano, brillante, bárbaro, inculto, sino que refleja el preciosismo que Apuleyo puso de moda en África. En sus otros trabajos Cipriano se dirige a un auditorio cristiano; su propio fervor se manifiesta al máximo, su estilo se hace más simple aunque vigoroso, y en ocasiones poético pero no florido. Sin ser un clásico, está acorde a su tiempo, y la cadencia de las frases tiene un ritmo preciso en todos sus escritos más cuidadosos. En general, su belleza de estilo ha sido raramente igualada y nunca superada entre los Padres Latinos, excepto por la energía y agudeza incomparables de San Jerónimo.

Otro trabajo de sus primeros días fue el "Testimonia ad Quirinum", en dos libros. Consta de pasajes de la Escritura ordenados bajo algunos títulos para ilustrar el fin de la Antigua Ley y su plena realización en Cristo. Un tercer libro, agregado más tarde, contiene textos que tratan temas de ética Cristiana. Esta obra es de un gran valor para la historia de la antigua versión Latina de la Biblia. Nos da un texto Africano cercanamente relacionado con el manuscrito Bobbio, conocido como k (Turín). La edición de Hartel ha tomado el texto de un manuscrito que muestra una versión revisada, pero lo que Cipriano escribió puede ser bastante bien recuperado del manuscrito citado en las notas de Hartel como L. Otro libro de exhortaciones sobre el martirio se titula "Ad Fortunatum", cuyo texto no puede ser apreciado en ninguna edición impresa. Cipriano era, ciertamente, sólo un recién converso cuando se convirtió en Obispo de Cartago, hacia finales del 248 o a principios del 249, pero pasó por todos los grados del ministerio. Él había declinado el cargo, pero el pueblo le obligó a aceptarlo. Una minoría se opuso a su elección, incluyendo cinco presbíteros que permane-cieron como sus enemigos; pero, como él nos lo cuenta, fue elegido válidamente "después del juicio Divino, el voto del pueblo y el consentimiento de los obispos".

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