Thomas Sowell - La ley de Say

1 year ago
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LA LEY DE SAY

Uno de los conceptos fundamentales de economía, sobre el que se desató un airado debate a comienzos del siglo XIX primero, y luego fue reavivado una vez más por John Maynard Keynes en 1936, es lo que se conoce como la ley de Say. Así llamada en honor al economista Jean-Baptiste Say (1767-1832), aunque otros economistas también desempeñaron una función en su desarrollo, la ley de Say comenzó como un principio relativamente simple cuyos corolarios y alcances se volvieron cada vez más
complejos tanto en las manos de sus proponentes como de sus críticos, durante las controversias entre ambos en los siglos XIX y XX.

En el sentido más básico, la ley de Say es la respuesta a la eterna pregunta de si el crecimiento de la producción de una economía podía llegar al punto en el que excedería la capacidad de las personas para poder comprarla, lo que resultaría en bienes no vendidos y trabajadores desempleados. Estos miedos fueron expresados, no sólo antes del tiempo de Jean-Baptiste Say, sino que también mucho después. Como vimos en el capítulo 15, un escritor muy vendido durante la década de 1960 advirtió sobre «una superabundancia de productos básicos y comodidades y las banalidades de la vida» que se han convertido en uno de los «problemas nacionales más grandes».

Lo que la ley de Say argumentaba, en su sentido más básico, era que la producción, y la generación de ingresos reales para aquellos que generaban esa producción, no eran procesos independientes unos de otros. Por lo tanto, ya sea que una nación tenga una producción pequeña o grande, el ingreso que generara la producción sería suficiente para comprarla. La ley de Say ha sido expresada muchas veces como la proposición de que «la demanda crea su propia oferta». En otras palabras, no existe un límite inherente de cuánta producción puede generar o comprar una economía. Say mismo preguntó: «De otra manera, ¿cómo sería posible que hoy se compren en Francia cinco o seis veces más productos básicos que durante el miserable reinado de Carlos VI?». Una idea similar había sido expresada incluso anteriormente por los fisiócratas, que la demanda agregada «no tiene límites conocidos». Esto, por supuesto, no descartaba la posibilidad de que, en un momento cualquiera, los consumidores o inversores decidiesen no ejercer toda la demanda agregada que estaba en su poder. Lo que la ley de Say sí descartaba era el recurrente miedo popular de que un rápido y estrepitoso aumento en la producción, con el auge de la industria moderna, llegaría a un punto en el cual la producción sería tan grande que sería imposible comprarla toda.

Como pasa en muchas ocasiones en el mundo de las ideas, un concepto que inicialmente era muy sencillo fue diseminado en tantas direcciones por sus proponentes, y envuelto en tantas controversias por sus detractores, que los significados y distorsiones eran comunes, incluso cuando los economistas de ambos bandos —que incluían a prácticamente todos los principales economistas de comienzos del siglo XIX — eran pensadores serios e inteligentes que simplemente trataban de hablar uno por encima del otro. Esto se debía, en parte, a que la economía aún no había llegado al punto en que los términos sobre los que hablaban («demanda», por ejemplo) tenían definiciones rigurosas sobre las cuales estaban todos de acuerdo. Más allá de lo tedioso que los estudiantes de tiempos posteriores hayan considerado el riguroso proceso de definición, la historia de la economía —y de otros campos— deja claras las confusas consecuencias de tratar de discutir temas importantes sin tener los términos bien definidos con significados que sean los mismos para todo aquel que los use.

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