¡Ay de mi si no predico el evangelio! Padre Luis Toro

1 year ago
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Cuando se trata del Evangelio y de la misión de evangelizar, Pablo se entusiasma, sale fuera de sí

Parece que no ve otra cosa que esta misión que el Señor le ha encomendado.

Todo en él está dedicado a este anuncio, y no posee otro interés que no sea el Evangelio.

Es el amor de Pablo, el interés de Pablo, el trabajo de Pablo: anunciar.

Llega incluso a decir: «Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio» (1 Cor 1,17).

Pablo interpreta toda su existencia como una llamada a evangelizar, a dar a conocer el mensaje de Cristo, a dar a conocer el Evangelio: «¡ay de mí -dice- sino predicara el Evangelio» (1 Cor 9,16).

Y escribiendo a los cristianos de Roma, se presenta sencillamente así: «Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios» (Rm 1,1). Esta es su vocación.

En resumen, es consciente de haber sido “apartado” para llevar el Evangelio a todos, y no puede hacer otra cosa que dedicarse con todas sus fuerzas a esta misión.

Se comprende por tanto la tristeza, la desilusión e incluso la amarga ironía del apóstol con los Gálatas, que a sus ojos están tomando un camino equivocado, que los llevará a un punto sin retorno: se han equivocado de camino.

El eje en torno al cual todo gira es el Evangelio. Pablo no piensa en los “cuatro evangelios”, como es espontáneo para nosotros.

De hecho, mientras está enviando esta Carta, ninguno de los cuatro evangelios ha sido escrito todavía.

Para él el Evangelio es lo que él predica, esto que se llama el kerygma, es decir el anuncio.

Y ¿qué anunció? De la muerte y resurrección de Jesús como fuente de salvación.

Un Evangelio que se expresa con cuatro verbos: «que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció
a Cefas» (1 Cor 15,3-5).

Este es el anuncio de Pablo, el anuncio que nos da vida a todos.

Este Evangelio es el cumplimiento de las promesas y es la salvación ofrecida a todos los hombres.

Quien lo acoge es reconciliado con Dios, es acogido como un verdadero hijo y obtiene en herencia la vida eterna.

Delante de un don tan grande que se les ha entregado a los Gálatas, el apóstol no logra explicarse por qué están pensando en acoger otro “evangelio”, quizá más sofisticado, más intelectual... otro “evangelio”.

Hay que notar, sin embargo, que estos cristianos todavía no han abandonado el Evangelio anunciado por Pablo.

El apóstol sabe que están todavía a tiempo para no realizar un paso en falso, pero les advierte con
fuerza, con mucha fuerza.

Su primer argumento apunta directamente sobre el hecho de que la predicación realizada por los nuevos misioneros - estos que predican la novedad- no puede ser el Evangelio.

Es más, es un anuncio que distorsiona el verdadero Evangelio porque impide alcanzar la libertad –una palabra clave- que se adquiere llegando a la fe.

Los Gálatas son todavía “principiantes” y su desorientación es comprensible.

No conocen todavía la complejidad de la Ley mosaica y el entusiasmo en el abrazar la fe en Cristo les empuja a escuchar a estos nuevos predicadores, bajo la ilusión de que su mensaje sea
complementario con el de Pablo.

Y no es así. El Apóstol, sin embargo, no puede arriesgarse a que se creen compromisos en un terreno tan decisivo.

El Evangelio es solo uno y es el que él ha anunciado; no puede existir otro.

¡Atención! Pablo no dice que el verdadero Evangelio es el suyo porque lo ha anunciado él, ¡no! Esto
no lo dice.

Esto sería presuntuoso, sería vanagloria. Afirma más bien, que “su” Evangelio, el mismo que los
otros apóstoles iban anunciando en otros lugares, es el único auténtico, porque es el de Jesucristo.

Escribe así: «Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo» (Gal
1,11).

Se comprende entonces por qué Pablo utiliza términos muy duros.

Usa dos veces la expresión “anatema” que indica la exigencia de tener lejos de la comunidad lo que amenaza sus fundamentos.

Y este nuevo “evangelio” amenaza los fundamentos de la comunidad.

En resumen, sobre este punto el apóstol no deja espacio a la negociación: no se puede negociar.

Con la verdad del Evangelio no se puede negociar.

O tú recibes el Evangelio como es, como ha sido anunciado, o recibes otra cosa.

Pero no se puede negociar, con el Evangelio. No se puede llegar a acuerdos: la fe en Jesús no es una mercancía a negociar: es salvación, es encuentro, es redención.

No se vende a bajo costo. Esta situación descrita al principio de la Carta parece paradójica, porque todos los sujetos en cuestión parecen animados por buenos sentimientos.

Los Gálatas que escuchan a los nuevos misioneros piensan que con la circuncisión podrán estar aún más entregados a la voluntad de Dios y por tanto agradar aún más a Pablo.

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