DK4 -18 - Cristo da Unidad a Toda la Sagrada Escritura

1 year ago
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La presencia de Cristo en la
Sagrada Escritura
Jesucristo leerá en la sinagoga de
Nazaret al profeta Isaías, que anuncia
su llegada: «El Espíritu del Señor está
sobre mí (...); me ha enviado para
anunciar la redención a los cautivos»
(Lc 4,18). A la vuelta de veinte siglos,
la Escritura sigue hablando del
presente y al presente, como esa vez
en Nazaret: «Hoy se ha cumplido esta
Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21;
cfr. Is 61,1). Cada día, y en especial
cada domingo, «la Palabra de Dios es
proclamada en la comunidad
cristiana para que el día del Señor se
ilumine con la luz que proviene del
misterio pascual (...). Dios sigue
hablando hoy con nosotros como sus
amigos, se “entretiene” con nosotros,
para ofrecernos su compañía y
mostrarnos el sendero de la vida. Su

Palabra se hace intérprete de
nuestras peticiones y preocupaciones,
y es también respuesta fecunda para
que podamos experimentar
concretamente su cercanía»[3].
En la Sagrada Escritura ningún texto
se puede aislar del conjunto, que
tiene su unidad en el Verbo de Dios.
«En efecto, por muy diferentes que
sean los libros que la componen, la
Escritura es una en razón de la
unidad del designio de Dios, del que
Cristo Jesús es el centro y el corazón,
abierto desde su Pascua»[4]. El Nuevo
Testamento se lee por eso a la luz del
Antiguo, y el Antiguo teniendo a
Cristo como clave de interpretación,
según la famosa fórmula de san
Agustín: el Nuevo está escondido en
el Antiguo, y el Antiguo se manifiesta
en el Nuevo; Novum in Vetere latet et
in Novo Vetus patet[5]. Escribe Santo
Tomás de Aquino que el corazón de
Jesús «estaba cerrado antes de la
Pasión porque la Escritura era
oscura. Pero la Escritura fue abierta
después de la Pasión, porque los que
en adelante tienen inteligencia de

ella consideran y disciernen de qué
manera deben ser interpretadas las
profecías»[6]. Por eso, cuando el
Resucitado se aparece a los
discípulos, escribe san Lucas que «les
abrió el entendimiento para que
comprendiesen las Escrituras» (Lc
24,45). Así hace también Jesús con
nosotros cuando dejamos que nos
acompañe en el camino de nuestra
vida, por nuestra escucha atenta, por
nuestra búsqueda sincera; de la
mano de los santos, y de tantos
hermanos en la fe, hallamos en la
Escritura «la voz, el gesto, la figura
amabilísima de nuestro Jesús»[7].
El Prelado del Opus Dei nos invita a
centrar una vez más la mirada en «la
Persona de Jesucristo, a quien
deseamos conocer, tratar y amar»[8].
Y como, a decir de san Jerónimo, «el
desconocimiento de las Escrituras es
desconocimiento de Cristo»[9], la
Sagrada Escritura solo puede tomar
más importancia conforme
avanzamos en nuestro camino
cristiano, hasta el punto de que
«respiremos con el Evangelio, con la

Palabra de Dios»[10].
Jesús nos llama a identificarnos con
Él, a vivir en Él. Y nos espera, como
decía con frecuencia san Josemaría,
en «el Pan y la Palabra»[11]: en su
presencia silenciosa y eficaz en la
Eucaristía, y en el diálogo, siempre
abierto por parte de Dios, de la
oración. Este diálogo, aun cuando
discurre sobre mil cosas de nuestra
vida cotidiana, encuentra su núcleo
más íntimo en la Escritura. Así sería
la oración de Jesús: profundamente
radicada en la Palabra de Dios. Y así
también está llamada a ser la nuestra.
«Al abrir el Santo Evangelio, piensa
que lo que allí se narra – obras y
dichos de Cristo– no sólo has de
saberlo, sino que has de vivirlo. Todo,
cada punto relatado, se ha recogido,
detalle a detalle, para que lo encarnes
en las circunstancias concretas de tu
existencia. –El Señor nos ha llamado
a los católicos para que le sigamos de
cerca y, en ese Texto Santo,
encuentras la Vida de Jesús; pero,
además, debes encontrar tu propia
vida. Aprenderás a preguntar tú

también, como el Apóstol, lleno de
amor: “Señor, ¿qué quieres que yo
haga?...” –¡La Voluntad de Dios!, oyes
en tu alma de modo terminante.
Pues, toma el Evangelio a diario, y
léelo y vívelo como norma concreta. –
Así han procedido los santos»[12].

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