DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS. Padre Luis Toro.

1 year ago
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«NO SE TURBE vuestro corazón –nos dice hoy Jesús–. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas» (Jn 14,1- 2).

La memoria de todos los fieles
difuntos nos ofrece la oportunidad de
volver a considerar la realidad de la
vida eterna, de mover nuestros
afectos hacia la esperanza del
encuentro definitivo con el amor
verdadero y para siempre. Ninguno
de nosotros ha traspasado el umbral
de la muerte, así que no sabemos
cómo va a ser ese momento. Dios ha
querido, en su Hijo, revelarnos lo que
nos aguarda en sus moradas.
«Entre ayer y hoy muchos visitan el
cementerio, que, como dice esta
misma palabra, es el “lugar del
descanso” en espera del despertar
final. Es hermoso pensar que será
Jesús mismo quien nos despierte.
Jesús mismo reveló que la muerte del
cuerpo es como un sueño del cual él
nos despierta. Con esta fe nos
detenemos –también

espiritualmente– ante las tumbas de
nuestros seres queridos, de cuantos
nos quisieron y nos hicieron bien.
Pero hoy estamos llamados a
recordar a todos, incluso a aquellos a
quien nadie recuerda»

«Cuando me haya marchado y os
haya preparado un lugar, de nuevo
vendré y os llevaré junto a mí –
continúa diciendo Jesús–, para que,
donde yo estoy, estéis también
vosotros» (Jn 14,3). «El hombre
necesita eternidad, y para él
cualquier otra esperanza es
demasiado breve, es demasiado
limitada. El hombre se explica sólo si
existe un amor que supera todo
aislamiento, incluso el de la muerte,
en una totalidad que trascienda
también el espacio y el tiempo»

«SEÑOR, DALES el descanso eterno y
brille sobre ellos la luz eterna»

pedimos hoy al inicio de la Misa. La
situación de los fieles difuntos que
todavía no han llegado al cielo es de

sufrimiento y gozo al mismo tiempo.
Dolor y felicidad se entretejen
misteriosamente en el purgatorio. La
razón de ese gozo es la certeza de que
verán a Dios: han ganado la batalla,
han decidido ser felices en la tierra y
en el cielo. Están a un paso de la
gloria y por eso la tradición cristiana
les llama «benditas almas del
Purgatorio».
Incluso las penas son allí fuente de
alegría, porque las almas aceptan ese
sufrimiento, plenamente entregadas
a la voluntad divina. Con amor
encendido, aunque todavía
imperfecto, adoran el misterio de la
santidad de Dios. Santa Catalina de
Génova, conocida especialmente por
su visión sobre el purgatorio, «no lo
presenta como un elemento del
paisaje de las entrañas de la tierra:
no es un fuego exterior, sino interior.
Esto es el purgatorio, un fuego
interior. La santa habla del camino
de purificación del alma hacia la
comunión plena con Dios, partiendo
de su experiencia de profundo dolor
por los pecados cometidos, frente al

infinito amor de Dios»

El sacerdote, en una de las plegarias
eucarísticas que nos ofrece el Misal,
pide a Dios en nombre de todos:
«Acuérdate también de nuestros
hermanos que durmieron en la
esperanza de la resurrección, y de
todos los que han muerto en tu
misericordia; admítelos a contemplar
la luz de tu rostro»

De todos los
sufragios que podemos ofrecer, el
más valioso es el Santo Sacrificio del
Altar. La santa Misa puede celebrarse
por los difuntos. La Iglesia, deseosa
de que lleguen cuanto antes al cielo,
permite hoy a todos los sacerdotes
celebrar tres veces la santa Misa.
También nos anima a rezar por
nuestros hermanos que «duermen ya
el sueño de la paz». La devoción del
pueblo cristiano, además de la
Eucaristía, encuentra en prácticas
piadosas como el santo rosario, los
responsos y las obras de penitencia,
un verdadero camino de oración para
interceder por los difuntos.

LA COMUNIÓN con toda la Iglesia, y
en este caso con los difuntos, hace
que «nuestra oración por ellos puede
no solamente ayudarles, sino también
hacer eficaz su intercesión en nuestro
favor»

. Los santos han sido grandes
devotos de esta ayuda mutua. San
Alfonso María de Ligorio afirma que
podemos creer que a las almas del
purgatorio «el Señor les da a conocer
nuestras plegarias, y si es así, puesto
que están tan llenas de caridad, por
seguro podemos tener que interceden
por nosotros»

. Santa Teresa del Niño
Jesús, acudía con frecuencia a la
ayuda de ellas y, tras recibirla, se
sentía en deuda: «Dios mío, te suplico
que pagues tú la deuda que tengo
contraída con las almas del
purgatorio»

[
.

Esta experiencia de los santos nos
muestra que el amor por quienes
queremos puede ir más allá de la
muerte. «Ningún ser humano es una
mónada cerrada en sí misma.
Nuestras existencias están en
profunda comunión entre sí,
entrelazadas unas con otras a través
de múltiples interacciones. Nadie
vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se
salva solo.

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