DK4 -09- Vías de acceso al conocimiento de Dios. Catequesis Básica. Fray Nelson Medina.

2 years ago
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¿CÓMO ENCONTRARSE CON DIOS?

Todo el mundo busca la felicidad, el propio bien, y orienta su vida del modo que le parece más adecuado para alcanzarla.

No solo porque, a veces, después de obtener cosas buenas, nos acostumbramos a ellas (lo que sucede con frecuencia cuando recibimos algo que habíamos deseado tener) sino, más radicalmente, porque ningún bien creado es capaz de colmar el anhelo de felicidad del hombre y
porque además los bienes creados son pasajeros.

Conocer los distintos aspectos de la realidad no consume ni agota nuestra capacidad de conocer ni nuestras preguntas, siempre podemos conocer cosas nuevas o entenderlas con mayor profundidad.

Y algo semejante sucede con nuestra capacidad de querer: no hay nada creado que nos sacie por completo y para siempre: podemos amar más, podemos amar cosas mejores.

Y, de algún modo, nos sentimos impulsados hacia todo eso: conseguir objetivos nuevos nos hace felices, nos gusta comprender mejor los problemas y las realidades que tenemos alrededor, encontrar nuevas situaciones y adquirir experiencia.

Procuramos realizar todo esto en nuestra vida y nos deprimimos cuando no alcanzamos a conseguirlo.

Sentimos anhelos de plenitud. Todo eso es signo de una grandeza, del hecho que hay en nosotros algo infinito, que trasciende cada concreta realidad que forma parte de nuestra vida.

El mundo, sin embargo, es pasajero.

Somos pasajeros nosotros mismos, y también el entorno que nos rodea.

Las personas que amamos, los logros que alcanzamos, los bienes de que disfrutamos..., no hay nada que podamos retener para siempre.

Sin embargo, en el fondo de nuestra conciencia percibimos que son pasajeros, que no nos acompañarán siempre, que a veces nos prometen una felicidad que solo pueden dar por algún tiempo.

«Todo lleva en sí el sello de su caducidad, oculto entre promesas. Porque el horror y la vergüenza de las cosas es ser caducas y, para cubrir esa llaga vergonzosa y engañar a los incautos, se disfrazan con vestidos de colores.

Esa sombra que todo lo terreno posee nos toca profundamente, y si lo pensamos bien, nos asusta, nos lleva a desear que no sea así, que exista una salida para nuestro deseo de vida, de plenitud.

Son anhelos de salvación, que están ahí, presentes en el corazón del hombre.

Hemos encontrado, entonces, dos tipos diferentes de anhelos humanos que señalan el “hambre de trascendencia” que tiene el hombre.

Ante las diversas experiencias trascendentes del bien, se despiertan anhelos de plenitud (de ser, de verdad, de bondad, de belleza, de amor).

Y ante las diversas experiencias del mal, de la pérdida de esos bienes, se despiertan anhelos de salvación (pervivencia, rectitud, justicia, paz).

Son experiencias de trascendencia que dejan una nostalgia del más allá.

Porque «el hombre está hecho para ser feliz como el pájaro para volar», pero la experiencia indica que la felicidad en este mundo no es completa, que la vida no es nunca plenamente satisfactoria, que queda más allá de nuestros intentos de alcanzarla, como siempre entrevista y nunca conseguida.

Hay, por eso, en el fondo del espíritu humano una desazón, una insatisfacción, una nostalgia de felicidad que apunta a una secreta esperanza: la esperanza de un hogar, de una patria definitiva,
en la que el sueño de una felicidad eterna, de un amor para siempre, quede colmada.

Somos terrenos, pero anhelamos lo eterno.

Este deseo no funda por sí mismo la religiosidad natural, sino que más bien es como un “indicador” de Dios.

El conocimiento de Dios es accesible al sentido común, es decir, al pensamiento filosófico espontáneo que ejercita todo ser humano, como resultado de la experiencia de vida personal: la maravilla ante la hermosura y el orden de la naturaleza, la sorpresa por el don gratuito de la vida, la alegría de percibir el amor de otros... llevan a pensar en el “misterio” del que todo eso procede.

También las diversas dimensiones de la espiritualidad humana, como la capacidad de reflexionar sobre sí mismo, de progresar cultural y técnicamente, de percibir la moralidad de las propias acciones, muestran que, a diferencia de los demás seres corpóreos, el hombre trasciende el resto del cosmos material y apuntan a un ser espiritual superior y trascendente que dé razón de estas cualidades del ser humano.

El fenómeno religioso no es, como pensaba Ludwig Feuerbach, una proyección de la subjetividad
humana y de sus deseos de felicidad, sino que surge de una espontánea consideración de la realidad tal como es.

Esto explica el hecho de que la negación de Dios y el intento de excluirlo de la cultura y de la vida
social y civil sean fenómenos relativamente recientes, limitados a algunas áreas del mundo occidental.

Los grandes interrogantes religiosos y existenciales continúan permaneciendo invariables en el
tiempo, lo que viene a desmentir la idea de que la religión esté circunscrita a una fase “infantil” de la historia humana, destinada a desaparecer con el progreso del conocimiento.

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