La Salvación en la Familia. Padre Luis Toro.

1 year ago
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Al finalizar la obra de la creación del universo, en el sexto día, «formó Yahvé Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado».

Si en todas sus obras se había complacido, en la formación del género humano Dios se alegró
sobremanera: vio que era “muy bueno” lo que había hecho, testimonia la Escritura, como si el autor inspirado quisiera reafirmar la peculiar acción divina en la creación del hombre, hecho a imagen y
semejanza del Creador por su alma espiritual e inmortal.

No contento con esto, el Señor le confirió gratuitamente una participación de su misma vida íntima: le hizo hijo suyo y lo llenó con los llamados dones preternaturales.

Para que los hombres alcancen el Reino de los Cielos, la Providencia divina ha querido contar con su libre colaboración.

Y para que esta colaboración en la transmisión de la vida no quedara al vaivén de posibles caprichos, el Señor quiso protegerla mediante la institución natural del matrimonio, elevado luego por Cristo a la dignidad de sacramento.

La familia —la gran familia humana, y cada una de las familias que habrían de componerla— es uno de los instrumentos naturales queridos por Dios para que los hombres cooperen ordenadamente en su decreto Creador.

La voluntad de Dios de contar con la familia en su plan
salvador se confirmará, con el correr de los tiempos, a través de las distintas alianzas que Yahvé fue estableciendo con los antiguos patriarcas: Noé, Abraham, Isaac, Jacob.

Hasta que la promesa del Redentor recaiga en la casa de David. Llegada la plenitud de los tiempos, un ángel del Señor anunció a los hombres el cumplimiento del plan divino: nace Jesús, en Nazaret, de María, por obra del Espíritu Santo.

Y Dios provee para su Hijo una familia, con un padre adoptivo, José, y con María, la Madre virginal.

Quiso el Señor que, también en esto, quedara reflejado el modo en que Él desea ver nacer y crecer a sus hijos los hombres: dentro de una institución establemente constituida.

«Los diversos hechos y circunstancias que rodean el nacimiento del Hijo de Dios acuden a nuestro recuerdo, y la mirada se detiene en la gruta de Belén, en el hogar de Nazaret. María, José, Jesús Niño, ocupan de un modo muy especial el centro de nuestro corazón.

¿Qué nos dice, qué nos enseña la vida a la vez sencilla y admirable de esa Sagrada Familia?

A esta pregunta que nos sugiere San Josemaría podemos responder con palabras del Compendio del Catecismo, señalando que la familia cristiana, a imagen de la familia de Jesús, es también iglesia doméstica porque manifiesta la naturaleza comunional y familiar de la Iglesia como familia de Dios.

Por su misión natural y sobrenatural, por su origen, por su naturaleza y por su fin, es grande la dignidad de la familia.

Toda familia tiene una entidad sagrada, y merece la veneración y solicitud de sus miembros, de la sociedad civil y de la Iglesia.

Por eso, resultaría una trágica corrupción de su esencia reducirla a las relaciones conyugales, o al vínculo de sangre entre padres e hijos, o a una especie de unidad social o de armonización de intereses particulares.

«Debemos trabajar para que esas células cristianas de la sociedad nazcan y se desarrollen con afán de santidad».

El hogar ha de ser la escuela primera y principal donde los hijos aprendan y vivan las virtudes humanas y cristianas.

El buen ejemplo de los
padres, de los hermanos y de los
demás componentes del ámbito
familiar, se reflejan de manera
inmediata en la configuración de las
relaciones sociales que cada uno de
los miembros de esa familia
establece. No es casual, por tanto, el
interés de la Iglesia por el adecuado
desarrollo de esa escuela de virtudes
que ha de ser el hogar. Pero no es
éste el único interés: mediante la
colaboración generosa de los padres
cristianos con el designio divino, Dios
mismo «aumenta y enriquece su
propia familia», se multiplica en
número y virtud el Cuerpo Místico de
Cristo sobre la tierra, y se ofrece
desde los hogares cristianos una
oblación especialmente grata al
Señor.
La realidad familiar funda unos

derechos y unos deberes. Antes que
nada las obligaciones: todos sus
miembros han de tener conciencia
clara de la dignidad de esa
comunidad que forman, y de la
misión que está llamada a realizar.
Cada uno ha de cumplir sus deberes
con un vivo sentido de
responsabilidad, a costa de los
sacrificios que sean precisos. En
cuanto a los derechos, la familia
reclama el respeto y la atención del
Estado por un doble título: es la
familia la que le ha dado origen, y
porque la sociedad será lo que sean
las familias.

«El
matrimonio basado en un amor
exclusivo y definitivo se convierte en
el icono de la relación de Dios con un
pueblo, y, viceversa, el modo de amor

de Dios se convierte en la medida del
amor humano»

En los momentos actuales de la vida
de la sociedad, se hace especialmente
urgente volver a inculcar el sentido
cristiano en el seno de tantos
hogares.

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