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Cristianos sinceros de EE. UU. y del mundo, ¡no podéis servir a Dios y a las riquezas! ¡Dadle a Dios un diezmo de tiempo!
Véase video: https://laverdad.wistia.com/medias/np1rwqgnrh
https://pateitv.com/watch/CgfQ1Js7hPSXTeL
https://www.bitchute.com/video/yXpKPlCAQA31/
Queridos cristianos de Estados Unidos:
Gracias por apoyar la legislación que protege la vida del niño por nacer.
Hoy, sin embargo, me gustaría llamar vuestra atención sobre cierto peligro al que se enfrentan también los cristianos. Quisiera mencionar la cuestión de las riquezas y la necesidad de un diezmo espiritual.
El ego humano es especialmente reacio al pensamiento autocrítico cuando se trata de mammón, es decir, el amor al dinero. El espíritu de Mammón ofrece al hombre aparente prestigio, estatus distinguido y superioridad sobre los demás. Jesús dijo acerca de servir a este espíritu de mentira, que está intrínsecamente vinculado al dinero, al materialismo y a la carrera: «¡No podéis servir a Dios y a las riquezas!» (Mt 6, 24). La Sagrada Escritura advierte: «La raíz de todos los males es el amor al dinero» (1 Tm 6, 10).
Un sacerdote testificó con tristeza sobre cómo el demonio de Mammón había destruido un compañerismo cristiano vivo. Durante tres años se dedicó a cinco familias que procuraban seguir verdaderamente a Cristo. Para su guía espiritual adoptó medios probados, sobre todo, que dieran un diezmo de su tiempo a Dios. Todos los santos eran hombres y mujeres de oración, por eso se esforzaba por llevar a estas familias a la verdadera oración. Específicamente, se trataba de la llamada «hora santa», que cada familia rezaba en su casa entre las ocho y las nueve de la noche. Aquí tuvieron la oportunidad de rezar juntos el rosario u otras oraciones, cantar canciones o leer la vida de un santo o un pasaje de la Biblia. Sin embargo, no todas las familias decidieron cumplir responsablemente la condición dada. Una de las cinco familias rezaba la hora santa prácticamente de forma muy irregular. ¿La razón? Tenían muchos otros intereses durante la hora santa.
Otro principio para construir la comunión fraterna eran las llamadas guardias de oración. Individualmente, cada uno debía mantener una guardia de oración durante una hora al día cada cuatro semanas.
El siguiente principio espiritual para los hombres fue la observancia de la luna nueva bíblica (Is 66, 23). Era prácticamente el primer sábado del mes, el llamado sábado de Fátima. ¿Cómo lo pasaban? Los cinco hombres, junto con el sacerdote, se entregaban a la oración y charlas espirituales desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde. Trataron de observar fielmente la luna nueva durante tres años completos. La celebración de los primeros sábados, cuando literalmente salían del sistema del mundo y se retiraban a la soledad con Dios, era una contribución sustancial a su vida espiritual.
El siguiente pilar del programa espiritual fue la renovación de la celebración del domingo. El domingo es el día de la resurrección de Cristo y el día de la venida del Espíritu Santo. Cuatro familias seguían fielmente el programa y una —de nuevo— era negligente. Cada familia celebraba el domingo en casa de tal manera que los sábados por la noche después de la hora santa, es decir pasadas las nueve, rezaba durante una hora contemplando la verdad de la resurrección dividida en tres partes (v. http://vkpatriarhat.org/es/?p=791). Esta oración va acompañada de cantos. Por el bautismo tenemos una participación interior en el misterio de la resurrección (cf. Rm 6, 3-5).
Los domingos por la mañana, entre las cinco y las siete, las oraciones y los cantos continuaban conforme al programa establecido, centrados en los acontecimientos relacionados con la resurrección de Cristo (v. http://vkpatriarhat.org/es/?p=796, http://vkpatriarhat.org/es/?p=798). Luego, entre las ocho y las nueve de la mañana, las familias reflexionaban en oración sobre el misterio de la venida del Espíritu Santo (v. http://vkpatriarhat.org/es/?p=802). Posteriormente, asistían a la santa misa que comenzaba a las 10 de la mañana. La misa era seguida por una media hora de oración de fe según Mc 11, 23 (v. http://vkpatriarhat.org/es/?p=7359) y una conferencia espiritual de una hora. Luego almorzaban juntos.
Reservaban aproximadamente dos horas después del almuerzo para compartir en la comunión fraterna, es decir, para hablar sobre temas actuales y espirituales relacionados con su vida privada. Las mujeres y los niños pasaron el domingo en comunión por separado. Pero no todos los hombres o mujeres eran lo suficientemente maduros para ser capaces de una verdadera autocrítica. Cuando hablaban juntos, algunos no podían admitir francamente sus errores, lo que también ayudaría a otros a aprender de ellos. Era por eso por lo que les resultaba difícil regocijarse con las buenas experiencias de los demás, y el Espíritu de Dios no podía obrar con eficacia. Si las relaciones mutuas se ven deterioradas por la envidia o el orgullo disimulado, la apertura mutua no es posible. Por tanto, es necesario que todos se esfuercen por enraizarse en la oración penitencial interior, que es también un requisito previo para una verdadera autocrítica. En la oración, todos se comunican con Dios sobre sus problemas más íntimos. Sin ello es imposible realizar el ideal de los primeros cristianos. Los primeros cristianos eran de un solo corazón y una sola alma, y ninguno decía ser suyo lo que poseía (cf. Hch 4, 32).
La celebración del domingo en comunidad generalmente terminaba alrededor de las tres de la tarde con una oración de veinte minutos, durante la cual se reflexionaba sobre la aparición de Cristo resucitado en Emaús. Después de regresar a casa, cada una de las familias rezaba en privado durante la hora santa desde las ocho hasta las nueve de la noche. Durante esta oración reflexionaban sobre la aparición de Cristo a los apóstoles primero sin Tomás y luego con Tomás.
Dios permitió que esta comunidad fuera puesta a prueba, la cual cayó sobre ellos como un rayo. Puede servir de enseñanza a muchos, incluidos todos vosotros, cristianos sinceros.
Una de estas cinco familias tenía tres niños pequeños. La familia pidió dinero prestado y compró una casa antigua. La casa necesitaba reparaciones. Uno de los cinco hombres trabajaba como capataz y albañil. La familia contó con su ayuda. Por supuesto, estaban dispuestos a pagarle una remuneración equitativa por su trabajo. Él ya había prometido de antemano que se encargaría de las reparaciones de la casa. Además del propietario, otros tres hombres de esta comunidad ayudaron con las reparaciones gratuitamente. Se tomaron diez días libres para ayudar con el trabajo duro. Rechazaron cualquier compensación económica. Acabados los trabajos, el dueño de la casa le preguntó al albañil cuánto consideraba que era una remuneración justa por diez días de su trabajo. Él consultó a su esposa. Fue su familia la que no cumplía con los términos del programa espiritual. Durante mucho tiempo, la mujer había alimentado un espíritu de envidia oculta hacia la familia del dueño de la casa. Ella también envidiaba el hecho de que oraban asiduamente y ponían su relación con el Señor Jesús en primer lugar.
Esta mujer estaba fuertemente influenciada por el espíritu de este mundo. Luego, su esposo le presentó al dueño una factura que había elaborado a sugerencia de ella. La factura también incluía el trabajo de los cuatro hombres restantes, como si todo lo hubiera hecho el propio albañil. Cuando le entregó a su amigo una cuenta por una suma injusta y exorbitante, él se quedó literalmente pasmado. El salario normal en esta zona ronda los 400 o 500 dólares al mes, que son unos 200 o 250 dólares por diez días laborables. Pero el albañil pidió 2500 dólares por diez días, es decir, diez veces más. La familia, que estaba reparando la casa y tenía deudas, quedó profundamente herida por esta petición y actitud del hermano. A los otros tres hombres, que habían trabajado gratis, ni siquiera se les podía decir cuánto le pagaron, en realidad, incluso por su trabajo desinteresado. Tal codicia e insensibilidad es un gran escándalo. Paradójicamente, este hermano albañil tenía dones naturales y espirituales, que lo hacían muy querido por los demás. Él y su esposa hablaron muy vívida y convincentemente del Señor Jesús. Cuando el espíritu de Mammón y la codicia, escondido detrás de la piedad del albañil, fue desenmascarado, destruyó drásticamente las relaciones mutuas en la comunidad. Ahora será muy difícil reconstruirlas. A menos que se arrepienta sinceramente, las relaciones nunca se restablecerán.
Cuando el sacerdote se enteró de todo esto, se entristeció doblemente. Él nunca hubiera esperado tal golpe del espíritu de Mammón, quien en realidad se rió de toda la obra de Dios. Además, el sacerdote sabía que el albañil y su esposa no serían capaces de aceptar la verdad. Se enrocarán en su verdad parcial, se negarán a escuchar la esencia e incluso se ofenderán. Así es como funciona en cada uno de nosotros la ley de la estupidez del viejo hombre (v. Rm 6, 6). ¿Por qué? Porque no somos capaces de aceptar la esencia de la verdad y los principios del Evangelio de Cristo en nuestras vidas. La razón principal es que no tenemos la luz de Dios, la gracia que Dios concede en la oración verdadera. El espíritu de Mammón toma como base el egoísmo humano, la ceguera espiritual —el orgullo— es decir, la falta de autocrítica o humildad.
Estas cinco familias, que querían vivir verdaderamente el cristianismo, tenían los medios espirituales necesarios. A través de ellos podían recibir la gracia de Dios y la luz del conocimiento para arraigarse profundamente en Cristo. Pero no todos aceptaron estos medios efectivos. Se trataba del diezmo del tiempo, la celebración del domingo, el sábado penitencial una vez al mes —la luna nueva—, las guardias de oración, la hora santa y las paradas de oración durante el día. Puesta a prueba, la familia que se había negado a poner en práctica responsablemente los medios espirituales, fracasó. El espíritu de codicia y de envidia destrozó así lo más valioso, a saber, las relaciones fraternales y la confianza mutua. La confianza pérdida es difícil de recuperar.
Esto demuestra cuán verdaderas son las palabras de Jesús: «Nadie puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mt 6, 24).
Al testificar sobre esta triste experiencia, el sacerdote llegó a la conclusión: Nadie hoy, en la era de internet, los medios de comunicación y los teléfonos inteligentes, puede vencer al espíritu del mundo y al demonio de Mammón, a menos que dé un diezmo de tiempo a Dios, y, por consiguiente, también a su alma. En concreto, el diezmo diario de tiempo es de dos horas y media.
+ Elías
Patriarca del Patriarcado católico bizantino
4 de octubre de 2022
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