Desconocer Las Escrituras Es Desconocer A Jesucristo. Padre Luis Toro.

1 year ago
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La presencia de Cristo en la Sagrada Escritura

Jesucristo leerá en la sinagoga de Nazaret al profeta Isaías, que anuncia su llegada: «El Espíritu del Señor está sobre mí (...); me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos»

(Lc 4,18). A la vuelta de veinte siglos, la Escritura sigue hablando del presente y al presente, como esa vez en Nazaret: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21; cfr. Is 61,1).

Cada día, y en especial cada domingo, «la Palabra de Dios es proclamada en la comunidad
cristiana para que el día del Señor se ilumine con la luz que proviene del misterio pascual (...).

Dios sigue hablando hoy con nosotros como sus amigos, se “entretiene” con nosotros, para ofrecernos su compañía y mostrarnos el sendero de la vida.

Su Palabra se hace intérprete de nuestras peticiones y preocupaciones, y es también respuesta fecunda para que podamos experimentar concretamente su cercanía».

En la Sagrada Escritura ningún texto se puede aislar del conjunto, que tiene su unidad en el Verbo de Dios.

«En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua».

El Nuevo Testamento se lee por eso a la luz del Antiguo, y el Antiguo teniendo a Cristo como clave de interpretación, según la famosa fórmula de san Agustín: el Nuevo está escondido en el Antiguo, y el Antiguo se manifiesta en el Nuevo;.

Escribe Santo Tomás de Aquino que el corazón de Jesús «estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que
en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías».

Por eso, cuando el Resucitado se aparece a los discípulos, escribe san Lucas que «les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras» (Lc 24,45).

Así hace también Jesús con nosotros cuando dejamos que nos acompañe en el camino de nuestra vida, por nuestra escucha atenta, por nuestra búsqueda sincera; de la mano de los santos, y de tantos hermanos en la fe, hallamos en la Escritura «la voz, el gesto, la figura amabilísima de nuestro Jesús».

centremos una vez más la mirada en «la Persona de Jesucristo, a quien deseamos conocer, tratar y amar».

Y como, a decir de san Jerónimo, «el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo», la Sagrada Escritura solo puede tomar más importancia conforme avanzamos en nuestro camino cristiano, hasta el punto de que «respiremos con el Evangelio, con la Palabra de Dios».

Jesús nos llama a identificarnos con Él, a vivir en Él. Y nos espera, como decía con frecuencia san Josemaría, en «el Pan y la Palabra»: en su presencia silenciosa y eficaz en la Eucaristía, y en el diálogo, siempre abierto por parte de Dios, de la oración.

Este diálogo, aun cuando discurre sobre mil cosas de nuestra vida cotidiana, encuentra su núcleo más íntimo en la Escritura.

Así sería la oración de Jesús: profundamente radicada en la Palabra de Dios.

Y así también está llamada a ser la nuestra. «Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra – obras y dichos de Cristo– no sólo has de saberlo, sino que has de vivirlo.

Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia. –El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida.

Aprenderás a preguntar tú también, como el Apóstol, lleno de amor: “Señor, ¿Qué quieres que yo haga?...”

–¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante.

Pues, toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. – Así han procedido los santos».

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