¿Cómo le contarías la fe a otra persona? DK 4 -05- Catecismo y Teología Básica. Fray Nelson Medina.

1 year ago
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PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO.

En la Biblia, el pasaje de la muerte del viejo Moisés está precedido por su testamento espiritual, llamado “Cántico de Moisés”.

Este Cántico es en primer lugar una bellísima confesión de fe, y dice así: «Porque voy a aclamar el nombre de Yahveh; ¡ensalzad a nuestro Dios! Él es la Roca, su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia.

Es Dios de lealtad, no de perfidia, es justo y recto» (Dt 32,3-4).

Pero también es memoria de la historia vivida con Dios, de las aventuras del pueblo que se ha
formado a partir de la fe en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob.

Y por tanto Moisés recuerda también las amarguras y las desilusiones del mismo Dios: Su fidelidad puesta continuamente a prueba por la infidelidad de su pueblo.

El Dios fiel y la respuesta del pueblo infiel: como si el pueblo quisiera poner a prueba la fidelidad de Dios.

Y Él permanece siempre fiel, cerca de su pueblo.

Este es precisamente el núcleo del Cántico de Moisés: la fidelidad de Dios que nos acompaña durante toda la vida.

Cuando Moisés pronuncia esta confesión de fe está en el umbral de la tierra prometida, y también de su despedida de la vida.

Tenía ciento veinte años, señala la narración, pero «no se había apagado su ojo» (Dt 34,7).

Esa capacidad de ver, ver realmente y también ver simbólicamente, como tienen los ancianos, que saben ver las cosas, el significado más profundo de las cosas.

La vitalidad de su mirada es un don valioso: le consiente transmitir la herencia de su larga experiencia de vida y de fe, con la lucidez necesaria.

Moisés ve la historia y transmite la historia; los ancianos ven la historia y transmiten la historia.

Una vejez a la cual le es concedida esta lucidez es un don valioso para la próxima generación.

La escucha personal y directa del pasaje de la historia de fe vivida, con todos sus altibajos, es insustituible.

Leerla en los libros, verla en las películas, consultarla en internet, aunque sea útil, nunca será lo mismo.

Esta transmisión —¡que es la auténtica tradición, la transmisión concreta del anciano al joven!—, esta transmisión le falta mucho hoy, y cada vez más, a las nuevas generaciones.

¿Por qué? Porque esta civilización nueva tiene la idea de que los ancianos son material de descarte, los ancianos deben ser descartados. ¡Esto es una brutalidad! No, no es así.

La narración directa, de persona a persona, tiene tonos y modos de comunicación que ningún otro medio puede sustituir.

Un anciano que ha vivido mucho, y obtiene el don de un lúcido y apasionado testimonio de su
historia, es una bendición insustituible.

¿Somos capaces de reconocer y de honrar este don de los ancianos? ¿La transmisión de la fe y del sentido de la vida— sigue hoy este camino de escucha de los ancianos?

Yo puedo dar un testimonio personal. El odio y la rabia contra la guerra yo lo aprendí de mi abuelo que combatió en el Piave, en 1914: él me transmitió esta rabia a la guerra. Porque me contó los sufrimientos de una guerra.

Y esto no se aprende ni en los libros ni de otra manera, se aprende así, transmitiéndola de abuelos a nietos.

Y esto es insustituible. La transmisión de la experiencia de vida de los abuelos a los nietos.

Lamentablemente hoy esto no es así y se piensa que los abuelos sean material de descarte: ¡no! Son la memoria viva de un pueblo y los jóvenes y los niños deben escuchar a los abuelos.

En nuestra cultura, tan “políticamente correcta”, este camino resulta obstaculizado de varias formas: en la familia, en la sociedad, en la misma comunidad cristiana.

Hay quien propone incluso abolir la enseñanza de la historia, como una información superflua sobre mundos que ya no son actuales, que quita recursos al conocimiento del presente.

¡Como si nosotros hubiéramos nacido ayer!

A la transmisión de la fe, por otro lado, le falta a menudo la pasión propia de una “historia vivida”.

Transmitir la fe no es decir las cosas “bla-bla-bla”. Es contar la experiencia de fe. ¿Y entonces difícilmente puede atraer a elegir el amor para siempre, la fidelidad a la palabra dada, la
perseverancia en la entrega, la compasión por los rostros heridos y abatidos?

Ciertamente, las historias de la vida deben ser transformadas en testimonio, y el testimonio debe
ser leal.

No es ciertamente leal la ideología que doblega la historia a los propios esquemas; no es leal la propaganda, que adapta la historia a la promoción del propio grupo; no es leal hacer de la historia un tribunal en el que se condena todo el pasado y se desalienta todo futuro.

Ser leal es contar la historia como es, y solamente la puede contar bien quien la ha vivido.

Por esto es muy importante escuchar a los ancianos, escuchar a los abuelos, es importante
que los niños hablen con ellos.

Los mismos Evangelios cuentan honestamente la historia bendita de Jesús sin esconder los errores, las incomprensiones e incluso las traiciones de sus discípulos.

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