La carta eclesiológica de San Pablo. ¿Porqué Dios es católico? Padre Luis Toro.

2 years ago
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Pablo ha sido denominado el decimotercer Apóstol pues, aunque no formaba parte del grupo de los Doce, fue llamado por Jesús resucitado, que se le apareció en el camino de Damasco.

Es más, al contemplar lo que ha trabajado por Cristo, nada tiene que envidiar a otros:

¿Son hebreos? También yo. ¿Son israelitas? También yo. ¿Son descendencia de Abrahán? También yo.

¿Son ministros de Cristo? Pues – delirando hablo– yo más: en fatigas, más; en cárceles, más; en azotes, mucho más. En peligros de muerte, muchas veces.

Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno, tres veces me azotaron con varas, una vez fui lapidado, tres veces naufragué, un día y una noche pasé náufrago en alta mar.

En mis repetidos viajes sufrí peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas, frecuentes vigilias, con hambre y sed, con frecuentes ayunos, con frío y desnudez.

Como se ve, no le faltaron dificultades ni tribulaciones, que soportó por amor de Cristo.

Sin embargo, todo el esfuerzo y todos los sucesos por los que atravesó, no le llevaron a la vanagloria.

Pablo entendió a fondo y experimentó en su persona aquello que también enseñaba san Josemaría: que nuestra lógica humana no sirve para explicar las realidades de la gracia.

Dios suele buscar instrumentos flacos, para que aparezca con clara evidencia que la obra es suya.

Por eso, San Pablo evoca con temblor su vocación: después de todos se me apareció a mí, que vengo a ser como un abortivo, siendo el menor de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios (1 Cor 15, 8-9).

¿Cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un Apóstol de esta talla?.

Teología de San Pablo Entre los diversos aspectos que componen la enseñanza teológica de
San Pablo se debe señalar, en primer lugar, la figura de Jesucristo.

Ciertamente en sus cartas no aparecen los rasgos históricos de Jesús de Nazaret, tal como nos lo
presentan los Evangelios.

El interés por los numerosos aspectos de la vida terrena de Jesús pasa a un segundo plano, subrayando especialmente el misterio de la pasión y la muerte en la cruz.

Al mismo tiempo, se observa que Pablo no fue testigo del caminar terreno de Jesús, sino que lo conoce por la tradición apostólica que lo precede, a la que se refiere explícitamente: os transmití en primer lugar lo mismo que yo recibí.

Del mismo modo, se pueden descubrir en el epistolario paulino algunos himnos, profesiones y
enunciados de fe, y afirmaciones doctrinales que probablemente se usaban en la liturgia, en la catequesis o en la predicación de la primitiva Iglesia.

Jesucristo constituye el centro y el fundamento de su anuncio y de su predicación: en sus escritos el nombre de Cristo aparece 380 veces, superado sólo por el nombre de Dios, mencionado 500 veces.

Esto nos hace entender que Jesucristo incidió profundamente en su vida: en Cristo encontramos el culmen de la historia de la Salvación.

Doctrina de la justificación y donación infinita de Cristo en la cruz Mirando a San Pablo nos podemos preguntar cómo se realiza el encuentro personal con Cristo y qué relación se genera entre Él y el creyente.

La respuesta de Pablo se condensa en dos momentos: por una parte se subraya el valor
fundamental e insustituible de la fe.

Así lo escribe a los romanos: el hombre es justificado por la fe con independencia de las obras de la Ley; la idea aparece más explícita en la Carta a los Gálatas: el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por medio de la fe en Jesucristo.

Es decir, se entra en comunión con Dios por obra exclusiva de la gracia; Él sale a nuestro encuentro y nos acoge con su misericordia, perdonando nuestros pecados y permitiéndonos establecer una relación de amor con Él y con nuestros hermanos.

En esta doctrina de la justificación, Pablo refleja el proceso de su propia vocación.

Él era un estricto observante de la Ley mosaica, que cumplía hasta en los más mínimos detalles.

Pero esto le llevó a sentirse pagado de sí mismo y a buscar la salvación con sus propias fuerzas.

Y en esta situación se descubre pecador, en cuanto que persigue a la Iglesia del Hijo de Dios.

La conciencia del pecado será entonces el punto de partida para abandonarse a la gracia de Dios que se nos da en Jesucristo.

La donación infinita de Cristo en la cruz constituye la invitación más vehemente a salir del propio yo, a no vanagloriarse poniendo al mismo tiempo toda la confianza en la muerte salvadora y en la
resurrección del Señor: el que se gloría, que se gloríe en el Señor.

Esta conversión espiritual comporta, por tanto, no buscarse a sí mismo, sino revestirse de Cristo y entregarse con Cristo, para participar así personalmente en la vida de Cristo hasta sumergirse en Él y compartir tanto su muerte como su vida.

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