Vamos a orar -09- Intersección por una persona que necesita oración. Fray Nelson Medina.

1 year ago
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PAPA FRANCISCO.

La oración es nuestro corazón y nuestra voz, y se hace corazón y voz de tanta gente que no sabe rezar o no reza, o no quiere rezar o no puede rezar: nosotros somos el corazón y la voz de esta gente que sube a Jesús, sube al Padre, como intercesores.

En la soledad de quien reza —ya sea la soledad de mucho tiempo o la soledad de media hora— por rezar, se separa de todo y de todos para encontrar todo y a todos en Dios.

Así el orante reza por el mundo entero, llevando sobre sus hombros dolores y pecados.

Reza por todos y por cada uno: es como si fuera una “antena” de Dios en este mundo.

En cada pobre que llama a la puerta, en cada persona que ha perdido el sentido de las cosas, quien reza ve el rostro de Cristo.

Interceder, pedir en favor de otro es lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios

Cuando rezamos estamos en sintonía con la misericordia de Dios. Misericordia en relación con nuestros pecados, que es misericordioso con nosotros, pero también misericordia con todos aquellos que han pedido rezar por ellos, que [por los cuales] queremos rezar en sintonía con el corazón de Dios.

Esta es la verdadera oración. En sintonía con la misericordia de Dios, ese corazón misericordioso.

«En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos».

¿Qué quiere decir que se participa en la intercesión de Cristo, cuando yo intercedo por alguien o rezo por alguien? Porque Cristo delante del Padre es intercesor, reza por nosotros, y reza haciendo ver al Padre las llagas de sus manos; porque Jesús físicamente, con su cuerpo está delante del Padre.

Jesús es nuestro intercesor, y rezar es un poco hacer como Jesús; interceder en Jesús al Padre, por los otros.

A la oración le importa el hombre. Simplemente el hombre. Quien no ama al hermano no reza seriamente.

Se puede decir: en espíritu de odio no se puede rezar; en espíritu de indiferencia no se puede rezar.

La oración solamente se da en espíritu de amor.

Quien no ama finge rezar, o él cree que reza, pero no reza, porque falta precisamente el espíritu que es el amor.

En la Iglesia, quien conoce la tristeza o la alegría del otro va más en profundidad de quien indaga los “sistemas máximos”.

Por este motivo hay una experiencia del humano en cada oración, porque las personas,
aunque puedan cometer errores, no deben ser nunca rechazadas o descartadas.

Cuando un creyente, movido por el Espíritu Santo, reza por los pecadores, no hace selecciones, no emite juicios de condena: reza por todos. Y reza también por sí mismo.

En ese momento sabe que no es demasiado diferente de las personas por las que reza: se siente pecador, entre los pecadores, y reza por todos.

La lección de la parábola del fariseo y del publicano es siempre viva y actual ( Lc 18,9-14): nosotros no somos mejores que nadie, todos somos hermanos en una comunidad de fragilidad, de sufrimientos y en el ser pecadores.

Por eso una oración que podemos dirigir a Dios es esta: “Señor, no es justo ante ti ningún viviente ( Sal 143,2) —esto lo dice un salmo: ‘Señor, no es justo ante ti ningún viviente’, ninguno de
nosotros: todos somos pecadores—, todos somos deudores que tienen una cuenta pendiente; no hay ninguno que sea impecable a tus ojos. ¡Señor ten piedad de nosotros!”.

Y con este espíritu la oración es fecunda, porque vamos con humildad delante de Dios a rezar por todos.

Sin embargo, el fariseo rezaba de forma soberbia: “Te doy gracias, Señor, porque yo no soy como esos pecadores; yo soy justo, hago siempre...”. Esta no es la oración: esto es mirarse al espejo, a la realidad propia, mirarse al espejo maquillado de la soberbia.

El mundo va adelante gracias a esta cadena de orantes que interceden, y que son en su mayoría desconocidos... ¡pero no para Dios!

Hay muchos cristianos desconocidos que, en tiempo de persecución, han sabido repetir las palabras de nuestro Señor: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

El buen pastor permanece fiel también delante de la constatación del pecado de la propia gente: el buen pastor continúa siendo padre también cuando sus hijos se alejan y lo abandonan.

Persevera en el servicio de pastor también en relación con quien lo lleva a ensuciarse las manos; no cierra el corazón delante de quien quizá lo ha hecho sufrir.

La Iglesia, en todos sus miembros, tiene la misión de practicar la oración de intercesión, intercede por los otros.

En particular tiene el debe quien está en un rol de responsabilidad: padres, educadores, ministros ordenados, superiores de comunidad... Como Abraham y Moisés, a veces deben “defender” delante de Dios a las personas encomendadas a ellos.

Hermanos y hermanas, todos somos hojas del mismo árbol: cada desprendimiento nos recuerda la gran piedad que debemos nutrir, en la oración, los unos por los otros.

Recemos los unos por los otros: nos hará bien a nosotros y hará bien a todos. ¡Gracias!

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