Thomas Sowell - Asignación y desigualdad

2 years ago
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Asignación y desigualdad

En una economía que nunca cambiase, sería posible establecer algún tipo de asignación permanente de trabajo a cada uno de sus usos y establecer algún sistema de pago —ya sea basado en igual salario o algún otro principio— que también sería permanente. Pero estos arreglos no son posibles en una economía que crece en tamaño y que se desarrolla tecnológicamente. Las ideas de mejoramiento en la tecnología y en la manera en que se organiza el trabajo se les ocurren a las personas de manera impredecible de tiempo en tiempo y de industria en industria. Esto además requiere cambios de trabajo y otros recursos de una industria o sector de la economía a otro, para que las nuevas potencialidades lleven a mayor producción y mayores estándares de vida que, a su vez, dependen de mayor producción.

Salvo que se obligue a los trabajadores a cambiar de industria, de región o de ocupación, como sucedía bajo el totalitarismo, son los incentivos y restricciones económicas los que deben lograr estas transferencias en una economía de mercado.

Un salario elevado puede atraer a trabajadores a los sectores nuevos y más productivos; o el desempleo puede forzarlos a dejar aquellos sectores cuyos productos y tecnologías se están tornando obsoletos.

Por simple y obvio que esto parezca, con frecuencia es malentendido por aquellos que se sorprenden al ver algunos sectores de la economía prosperando al mismo tiempo que otros «se van quedando atrás» o incluso sufren la pérdida de sus trabajos.

Con demasiada frecuencia se pierde de vista que estos hechos son todos parte del mismo proceso, y no de casualidades desconectadas que son buenas para unos y malas para otros.

Por ejemplo, en el siglo XIX, en Gran Bretaña muchos se lamentaban por el sufrimiento de los tejedores de telares a mano, que iban siendo reemplazados por cada vez más máquinas que producían tejidos a un coste menor y que, por tanto, los hacían más asequibles para millones de personas. Hoy, en una era de abundancia, donde hay tanta ropa tan adecuada, que está tan ampliamente disponible para la mayoría de las personas en las sociedades industriales modernas, se da su existencia por descontado y la gente sólo se preocupa por aspectos de estilo o marca. En estas condiciones, es difícil imaginar el sufrimiento soportado por muchas personas en siglos pasados que no tenían cómo pagar su vestimenta para protegerse de la intemperie; o imaginar la bendición que fue para ellos ver que los precios de la ropa bajaban a un nivel en el que finalmente podían comprarla, gracias a los adelantos en la mecanización de la producción. La suerte de estas personas y el infortunio de los tejedores de los telares a mano eran parte inseparable del mismo proceso.

Gran parte de la misma historia se repite en la India del siglo XXI, donde los tejedores de saris de seda están siendo desplazados por las tejedoras eléctricas.

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