El misterio eterno de Díos; La Santísima Trinidad. Fray Nelson Medina.

2 years ago
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DIOS EN SU VIDA ÍNTIMA
Dios no sólo posee una vida íntima, sino que Dios es –se identifica con– su vida íntima,
una vida caracterizada por eternas relaciones vitales de conocimiento y de amor, que nos llevan a expresar el misterio de la divinidad en términos de procesiones.
De hecho, los nombres revelados de las tres Personas divinas exigen que se piense en Dios
como el proceder eterno del Hijo del Padre y en la mutua relación –también eterna– del Amor que «sale del Padre» (Jn 15, 26) y «toma del Hijo» (Jn 16, 14), que es el Espíritu Santo.
La Revelación nos habla, así, de dos procesiones en Dios: la generación del Verbo (Jn 17, 6) y la procesión del Espíritu Santo. Con la característica peculiar de que ambas son relaciones inmanentes, porque están en Dios: es más son Dios mismo, en tanto que Dios es Personal; cuando hablamos de procesión, pensamos ordinariamente en algo que sale de otro e implica cambio y movimiento.
Puesto que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza
del Dios Uno y Trino (Gn 1, 26-27), la mejor analogía con las procesiones divinas la podemos encontrar en el espíritu humano, donde el conocimiento que tenemos de nosotros mismos no sale hacia afuera: el concepto que nos hacemos de nosotros es distinto de nosotros mismos, pero no está fuera de nosotros. Lo mismo puede decirse del amor que tenemos para con nosotros. De forma parecida, en Dios el Hijo procede del Padre y es Imagen suya, análogamente a como el concepto es imagen de la realidad conocida. Sólo que esta Imagen en Dios es tan perfecta que es Dios mismo, con toda su infinitud, su eternidad, su omnipotencia: el Hijo es una sola cosa con el Padre, el mismo Algo, esa es la única e
indivisa naturaleza divina, aunque sea otro Alguien. El Símbolo del Nicea-Constantinopla lo expresa con la formula «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero». El hecho es que el Padre engendra al Hijo donándose a Él, entregándole Su substancia y Su naturaleza; no en parte, como acontece en la generación humana, sino perfecta e infinitamente.
Lo mismo puede decirse del Espíritu Santo, que procede como el Amor del Padre y del
Hijo. Procede de ambos, porque es el Don eterno e increado que el Padre entrega al Hijo engendrándole y que el Hijo devuelve al Padre como respuesta a Su Amor. Este Don es Don
de sí, porque el Padre engendra al Hijo comunicándole total y perfectamente su mismo Ser
mediante su Espíritu. La tercera Persona es, por tanto, el Amor mutuo entre el Padre y el
Hijo. El nombre técnico de esta segunda procesión es espiración. Siguiendo la analogía del
conocimiento y del amor, se puede decir que el Espíritu procede como la voluntad que se mueve hacia el Bien conocido.
Estas dos procesiones se llaman inmanentes, y se diferencian radicalmente de la creación,
que es transeúnte, en el sentido de que es algo que Dios obra hacia fuera de sí. Al ser procesiones dan cuenta de la distinción en Dios, mientras que al ser inmanentes dan razón de la unidad.
Por eso, el misterio del Dios Uno y Trino no puede ser reducido a una unidad sin distinciones, como si las tres Personas fueran sólo tres máscaras; o a tres seres sin unidad perfecta, como si se tratara de tres dioses distintos, aunque juntos.
Las dos procesiones son el fundamento de las distintas relaciones que en Dios se
identifican con las Personas divinas: el ser Padre, el ser Hijo y el ser espirado por Ellos. De hecho, como no es posible ser padre y ser hijo de la misma persona en el mismo sentido, así no es posible ser a la vez la Persona que procede por la espiración y las dos Personas de las que procede. Conviene aclarar que en el mundo creado las relaciones son accidentes, en el sentido de que sus relaciones no se identifican con su ser, aunque lo caractericen en lo más hondo como en el caso de la filiación. En Dios, puesto que en las procesiones es donada toda la substancia divina, las relaciones son eternas y se identifican con la substancia misma.
Estas tres relaciones eternas no sólo caracterizan, sino que se identifican con las tres
Personas divinas, puesto que pensar al Padre quiere decir pensar en el Hijo; y pensar en el
Espíritu Santo quiere decir pensar en aquellos respecto de los cuales Él es Espíritu. Así las Personas divinas son tres Alguien, pero un único Dios. No como se da entre tres hombres, que participan de la misma naturaleza humana sin agotarla. Las tres Personas son cada una toda la Divinidad, identificándose con la única Naturaleza de Dios
Las Personas son la Una
en la Otra. Por eso, Jesús dice a Felipe que quien le ha visto a Él ha visto al Padre ( Jn 14, 6), en cuanto Él y el Padre son una cosa sola (Jn 10, 30 y 17, 21).
El misterio del Dios Uno y Trino es el misterio del Amor: «Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él»

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