Inteligencia Artificial y el desafío energético

Inteligencia Artificial y el Desafío Energético: ¿Progreso o amenaza bajo el disfraz de la innovación?

La revolución tecnológica que estamos presenciando con la inteligencia artificial (IA) promete transformar nuestras sociedades, economías y formas de vida. Sin embargo, lo que los medios tradicionales y las élites tecnocráticas no quieren que el público vea es el costo oculto de esta transformación: una crisis energética en gestación impulsada por centros de datos hambrientos de electricidad y recursos naturales.

Según estimaciones de la Agencia Internacional de la Energía (IEA), los centros de datos —el “cerebro físico” de la IA— ya consumen entre el 1 % y el 2 % de toda la electricidad global. Y eso no es todo: se proyecta que para el 2030 ese consumo podría duplicarse, acercándose peligrosamente al 3 %. En un contexto de redes eléctricas frágiles y una política energética dominada por ideólogos climáticos, esta presión adicional podría ser la chispa de una nueva crisis.

Las grandes corporaciones tecnológicas, como Amazon Web Services, aseguran estar innovando para hacer frente al problema. Amazon ha desarrollado un sistema de refrigeración líquida directamente integrado en los racks que albergan potentes GPUs, una solución que les permite seguir escalando sin rediseñar por completo sus instalaciones. Pero ¿qué tan sostenible es esto realmente?

La alianza entre Schneider Electric y Nvidia, dos gigantes industriales, ha creado diseños “IA-ready” que reducen el consumo de energía en refrigeración hasta en un 20 %. Una mejora técnica, sin duda. Pero una mejora que apenas araña la superficie del problema estructural.

La industria también ha comenzado a experimentar con chips y modelos de IA más pequeños y especializados que consumen hasta un 50 % menos energía. Sin embargo, estas mejoras no se traducen en una menor demanda total, porque a medida que los modelos se hacen más eficientes, se multiplican exponencialmente las aplicaciones, las instancias de uso y los usuarios.

Lo más preocupante es lo que no se dice: el regreso de plantas de carbón para sostener estas cargas eléctricas, la saturación de las redes y el crecimiento descontrolado del uso de agua para enfriamiento de los centros de datos. Mientras la izquierda ecologista celebra “la digitalización verde”, las cifras muestran lo contrario: más minería, más contaminación térmica y más dependencia energética.

¿Y qué hace el gobierno de Biden al respecto? Nada. O peor: incentiva esta contradicción ecológica mientras pone trabas a la producción energética local con sentido común —como el gas natural o el petróleo— que podrían sostener esta revolución tecnológica de manera más equilibrada y autónoma. En lugar de fortalecer la infraestructura, promueve regulaciones que castigan la producción nacional mientras deja el terreno libre para que China domine la manufactura de chips y paneles solares.

Si la IA ha de tener un futuro viable en Estados Unidos, será bajo un liderazgo que combine innovación con soberanía energética, y que entienda que sin energía no hay libertad. Esta carrera por la inteligencia artificial no puede ser un nuevo caballo de Troya globalista que comprometa nuestra seguridad eléctrica, hídrica y económica en nombre del “progreso”.

Trump lo ha dicho antes y lo repite: primero hay que asegurar la base. Y la base es energía abundante, confiable y accesible para el ciudadano promedio y para las industrias que hacen grande a este país.

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