La Dicha y el Lujo de ser hijo de Dios y miembro de su iglesia -Padre Luis Toro-

1 year ago
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Descansa en la filiación divina. Dios es un Padre —¡tu Padre!— lleno de ternura, de infinito amor.

—Llámale Padre muchas veces, y dile —a solas— que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo.

Nuestro Señor ha venido a traer la paz, la buena nueva, la vida, a todos los hombres. No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres. No sólo a los sabios, ni sólo a los ingenuos. A todos. A los hermanos, que hermanos somos, pues somos hijos de un mismo Padre Dios.

No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios.

Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros.

Todos hemos de hablar la misma lengua, la que nos enseña nuestro Padre que está en los cielos: la lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y con la cabeza, la que empleáis ahora vosotros en vuestra oración.

La lengua de las almas contemplativas, la de los hombres que son espirituales, porque se han dado cuenta de su filiación divina.

Una lengua que se manifiesta en mil mociones de la voluntad, en luces claras del entendimiento, en afectos del corazón, en decisiones de vida recta, de bien, de contento, de paz.

El REINO DE CRISTO EN LA TIERRA

La Iglesia es de Jesucristo. Ella es su cuerpo, su Esposa; Él su Cabeza, su Señor. Sólo en su nombre y, aún más, porque Él mismo actúa en Ella, la Iglesia puede ofrecer remedio a las necesidades más profundas del hombre.

Pero esto exige dejar paso al dominio de Cristo en los corazones humanos, que les hace verdaderamente libres de las esclavitudes del pecado.

He aquí otro motivo de amor a la Iglesia, que no pasa inadvertido a la meditación de Camino.

Ese señorío de Cristo, presente en muchos puntos del libro, lo describe el autor como una realización conjunta del poder de la gracia divina y la libre correspondencia humana.

La Iglesia se muestra así como el ámbito del reinado de Cristo que se establece por la Palabra de Dios que, en la Iglesia, suscita la respuesta de fe; y por los sacramentos, que realizan verdaderamente lo anunciado.

El cristiano que deja crecer el Reino en su vida, deviene portador del reinado de Cristo, con su vida santa y con su apostolado: «(...)

Si eres generoso..., si correspondes, con tu santificación personal, obtendrás la de los demás: el reinado de Cristo (...)»

El cristiano debe identificarse con un deseo apasionado de extender el reino de Cristo —«

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